Sam Taylor-Wood es una fotógrafa y directora de cine británica, nacida en Croydon en 1967. Su debut en el cine comenzó por ‘Nowhere Boy’, película basada en la infancia de John Lennon. Su madre es profesora de yoga y ella misma practica yoga y la Meditación Trascendental. Según sus propias palabras, “No sería capaz de sobrellevar nada sin hacer meditación. Creo que es lo que me hace capaz de enfrentar la locura”. En 2015 dirigió la versión cinematográfica de la novela Cincuenta sombras de Grey.
Buena parte de su obra fotográfica consiste en cuerpos suspendidos de globos o en personas que se mantienen en un imposible equilibrio sobre sillas inclinadas sobre dos de sus patas. Pese a la gravedad, se produce el milagro de no caer ni derrumbarse. ¿Qué les mantiene? Posiblemente esté trasladando la experiencia que Sam tiene de la Meditación Trascendental.
Taylor-Wood tomó la instantánea Wrecked (Naufragada), en 2008. Es una Última Cena en cierto modo convencional pues el tradicional icono ha sido parodiado y reinterpretado tantas veces que es difícil atraer una nueva mirada sobre él. En este caso es útil por su asociación a los YBA (Young British Artists) ya que nos ayuda a completar su visión del arte que tiene como objeto el fenómeno religioso o el cristianismo en particular.
Taylor-Wood nos presenta una mesa ya con once apóstoles, entre los cuales no está Judas. Entre ellos hay tres mujeres y Cristo también es representado por una mujer, que presenta a la propia artista. Todos los apóstoles la ignoran, como si no estuviera en la escena, ya hubiera muerto.
La Cristo tiene el torso desnudo y los brazos se disponen con la extensión de la crucifixión. Las manos se inclinan oferentes pero también recibiendo. La mujer mira para su derecha inclinando levemente la cabeza: anticipa el gesto que va a culminar su entrega horas después en lo alto de la cruz. Pero además está mirando hacia el foco de luz que ilumina toda la sala.
Sobre la mesa están presentes los signos eucarísticos del pan y el vino, además de sencillas frutas como manzanas, naranjas, plátanos, peras o uvas. Todos los apóstoles están distraídos, disfrutando de la comensalidad e ignoran a Cristo. Tras él, el fondo de la sala eucarística tiene tres grandes puertas. ¿Qué abren esas puertas, hechas de la misma madera que una cruz?
Cristo aparece desnudo, con su camisa atada a la cintura al modo como el resto de la vestimenta del Crucificado cubre sus genitales en la cruz. Ella parece que esté clavada en la puerta central y las bisagras son del mismo metal que unos clavos. La puerta de la derecha de Cristo tiene dibujadas unas raíces arbóreas que quizás presentan al Buen Ladrón Dimas. La puerta de su izquierda tiene uno de sus goznes rodeado por una banda de oro. Quizás de quien hasta la hora de la muerte se sujeta al valor del oro en vez de a la compasión de la sangre.
El mantel muestra exagerados pliegues que no pueden no recordar a los de la Sábana Santa. Es una original idea de la fotógrafa: el mantel de la última cena y primera eucaristía luego fue usado como sudario de Cristo.
Se da una circunstancia que no podemos ignorar. La artista atravesó en tiempo cercano a la obra una grave enfermedad oncológica que felizmente superó, pero le dejó una honda huella. En cierto modo presentarse como crucificada recuerda al dolor de la enfermedad. El olvido o distracción de los amigos comensales añade dolor a la situación de quien mira a la muerte cara a cara. Pero la artista también mira a la luz cara a cara y eso impregna de una dulce paz y placidez a toda la escena. El título de la obra, Naufragada, hace referencia al naufragio de Cristo ya sólo sujeto en unas horas al tronco de la cruz antes de hundirse en la tierra. Pero también a la propia experiencia de naufragio que sufrió Taylor-Wood y a la que sobrevivió.
La representación femenina de Cristo y su desnudo suponen una provocación de baja intensidad para lo que es el canon brutalista del Brit Art. Más bien constituye una delicada y limpia lectura del drama del Cristo eucarístico.