El pánico ha entrado a muchos de nuestros hogares y se ha apoderado de este espacio como consecuencia, por un lado, de la saturación de información (falsa, cierta e incierta); y por otro, un tema de confianza. Este último oscila como un péndulo entre quienes todavía no creen y afirman que se trata de “un complot” y los que asumen esta pandemia pero confían para nada en la forma de actuar de las autoridades y hasta de sus vecinos.
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Nadie habría pensado hace unos meses que las fronteras se cerrarían, que las libertades de movilidad y circulación serían suprimidas en una escena de toques de queda y se activaría la idea de un “Estado de excepción”. Desde mi infancia, no experimentaba una sensación parecida a la que me tocó vivir en la Guerra de El Salvador. Y es que en un contexto de crisis y emergencia, quizá pocas personas tengan desarrollado el instinto de supervivencia y autoconocimiento requerido en un momento de tanta incertidumbre, riesgo, volatilidad y obligatorio distanciamiento. Hoy estamos puestos a prueba en lo personal, familiar y comunitario.
Con el Covid-19, nuestra vida “post-moderna” se ha trastocado y desalentado: familias confinadas y familias separadas. El historiador Yuval Noah Harari narra que antes de la revolución industrial, la vida cotidiana de la mayoría de los humanos seguía su curso en el marco de tres antiguas estructuras: la familia nuclear, la familia extendida y el negocio familiar. La familia era también el sistema de bienestar, el sistema de salud, el sistema educativo, la industria de la construcción, el gremio comercial, el fondo de pensiones, la compañía de seguros, la radio, la televisión, los periódicos, el banco e incluso la policía. Cuando una persona enfermaba, la familia cuidaba de ella. Cuando una persona envejecía, la familia la asistía, y sus hijos eran su fondo de pensiones. La comunidad por su parte, ofrecía ayuda sobre la base de tradiciones locales y una economía de favores. Dice Harari que “todo esto cambió de manera espectacular a lo largo de los dos últimos siglos. La revolución industrial confirió al mercado poderes nuevos e inmensos, para dar libertad a los individuos. El pacto entre estados, mercados e individuos no es fácil. El Estado y el mercado no se ponen de acuerdo acerca de los derechos y obligaciones mutuos”. [1]
La situación actual que vivimos con el Covid- 19 nos ha sometido a una especie de máquina del tiempo para recordar que pertenecemos a un pequeño círculo llamado “familia” y que son los que cuidarán y nos procurarán en los momentos más difíciles. Mientras el Estado y el Mercado pierden toda credibilidad y se debaten qué hacer en esta crisis, a la gran mayoría la vida se nos destantea quizá porque muchos debemos re aprender con viejas y nuevas formas a estar “en familia”, recordemos que hoy más que nunca entre nuestras familias cabe Dios con su misericordia infinita.
[1] “De animales a dioses”, Breve historia de la humanidad, Randon House Mondadori, 2014, p. 390-394