Toda mi vida como médico la he dedicado a ver a pacientes. Es aquello para lo que he estudiado y me he entrenado, es lo que sé hacer, es lo que quiero hacer. Al trabajar como internista en un hospital general, me toca ver a todo tipo de enfermos y enfermedades, y mi vida diaria está jalonada de momentos que podría calificar de difíciles.
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Nuestros pacientes tienen todas las edades, desde 18 hasta centenarios. En ocasiones podemos tratar de compensar sus cuadros clínicos, al menos por el momento. En otras, están tan avanzados que el objetivo es proporcionar el máximo confort, tratar síntomas como el dolor y la falta de aire y que el proceso de morir sea lo menos dificultoso y penoso posible. Aceptamos este hecho como ley de vida en los muy ancianos, pero no es sencillo en el caso de personas jóvenes, en general con procesos oncológicos.
Nunca resulta aburrido
Cada pase de visita, de habitación en habitación, exige preguntarse por el diagnóstico del paciente y pensar en el mejor tratamiento. Cada día escuchamos los sonidos del corazón y los pulmones, palpamos el abdomen, verificamos la tensión, el pulso, la temperatura. Revisamos resultados de análisis y pruebas de imagen que hemos solicitado. Si es necesario, obtenemos muestras biológicas pinchando la pleura o el peritoneo en el caso de que ahí se haya acumulado líquido. Explicamos al paciente y a sus familiares cómo se desarrolla el proceso y qué podemos esperar. Es una dinámica que puede convertirse en rutina, pero cada paciente es diferente al anterior, cada día tiene sus sorpresas y nunca resulta aburrido.
Otros días tengo consulta, por lo general más relajada, en cuanto a que los pacientes no están tan graves como los hospitalizados. Se trata de primeras visitas, solicitadas por los médicos de cabecera u otros especialistas, o visitas de seguimiento a personas que has dado de alta de la planta o están en proceso de diagnóstico. Todas estas actividades exigen la cooperación y coordinación con muchos otros actores: personal sanitario auxiliar, enfermería, médicos de diferentes especialidades… Eso supone múltiples interacciones a lo largo del día, fáciles y fluidas en la mayoría de las ocasiones, en tanto que todos buscamos lo mejor para el paciente. Resultan más sencillas en un hospital pequeño, donde las relaciones son cercanas. A grandes rasgos, este es el día a día de un médico centrado en la asistencia de pacientes adultos. No me imagino desempeñando otra faceta dentro de esta profesión, aunque a veces me reconozca cansado, o desanimado. Pero casi nunca desmotivado.
Esperan lo mejor de mí
Es lo que tiene saber que cada día hay personas que esperan mi visita y dependen de que ponga en juego lo mejor de mi inteligencia y las habilidades clínicas que aprendí y he ido puliendo con el paso de los años. Cada día, antes de salir de casa, musito una oración rogando a Dios que me ayude a ser un buen médico y ser capaz de ayudar a mis semejantes a través de mi profesión. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos. Y por nuestro país.