Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La vida, un mosaico para armar


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Desde que nacemos y hasta el último suspiro, la vida nos va ofreciendo diferentes piezas de una compleja obra de arte, que pocos logran concretar porque supone un trabajo espiritual que no podemos dejar al azar. La existencia es un juego que viene sin instrucciones y se va aprendiendo a medida que se avanza y retrocede, sin más orientación que una vaga intuición de lo que se espera armar.



Encuentros, lecturas, mensajes, lugares, cosas, ideas, mociones, noticias y vínculos con todos y con todo son parte de los infinitos píxeles de vida que recibimos y damos en cada segundo y que pueden ser administrados con sabiduría y compasión para esculpir una belleza o bien generar aún más dolor y caos.

La primera parte del juego

Los primeros años, si bien apenas los recordamos, son claves para lo que después vendrá. Ahí recibimos o dejamos de recibir las piezas que ponen los límites a nuestro ser y predisponen la seguridad o incertidumbre con que vamos a jugar.

Los pedacitos de vivencias lindas y feas los “pegamos” en el muro de nuestra identidad, creyendo erradamente que son definitivas, cuando en realidad son más las versiones de los que nos precedieron que nuestra obra personal. No obstante, se adhieren tan fuerte que seguimos por un buen rato sintonizando con esa conformación de nuestra personalidad y comportándonos conforme a ella.

La ruptura salvadora

Cuando llegamos a la adultez, tenemos la oportunidad de revisar nuestro mosaico interior y, si está bien estructurado, solo será necesario hacerle retoques para continuar. Si, en cambio, las piezas de nuestra identidad quedaron fuera de lugar y hay algunas que aún no se adhieren, habrá que atravesar el quiebre interior con valor y asumir un proceso de kintsugi, donde las heridas recibidas, lejos de ocultarse, serán lo más bello a realzar. Como ya hablamos en su día, un kintsugi es un método de reparación que celebra la historia de cada objeto haciendo énfasis en sus fracturas en lugar de ocultarlas o disimularlas. En este sentido, da una nueva vida a la pieza, transformándola en un objeto incluso más bello que el original.

Lo importante es la disciplina del artista “humano” para revisar su trabajo y no seguir viviendo en piloto automático, reaccionando a las piezas y pegándolas en cualquier parte. Eso solo crea mamarrachos afeando la propia existencia y la de los demás.

Todas las piezas sirven

Uno de los riesgos que existe al mirar nuestro “mosaico” es juzgar algunas piezas como innecesarias o fuera de lugar. Nos sucede en forma especial con todas aquellas vivencias donde nos sentimos dañados, abandonados, rechazados, y/o traicionados. También nos cuesta integrar la fragilidad, la enfermedad, el sufrimiento y las pérdidas de todo tipo. La dificultad es real, pero la clave está en aceptar todas las piezas, sin resistirse y ver dónde pueden calzar.

Hay experiencias que no queremos “pegar” porque nos duelen y nos “abollan” el alma. Sin embargo, el misterio insondable de esas piezas “sombrías” es lo que permite que otras se destaquen y se creen las vetas donde la luz se realza y hace una obra de arte maravillosa.

El pegamento fundamental

La entrega absoluta y confiada a Dios es lo único que nos permite ir encontrando con el tiempo, ayuda y paciencia, el lugar adecuado a cada pieza, en especial las que tienen vértices o aristas que cortan la piel. Con estas vivencias hay que esmerarse más, pues ayudan muchísimo la comunidad.

La compañía, el cuidado, la enseñanza y la presencia son básicas para aprender el arte de vivir sin amargarse ni amargar a los demás. Los otros han aprendido sus trucos al armar su mosaico y son excelentes maestros para enseñar.

Qué hacer con las piezas lindas

En todo mosaico humano hay pequeños hilos dorados que embellecen la complejidad de existir. Son aquellos momentos de gozo, gratitud, complicidad, logro, sanación, superación, éxito, felicidad, fecundidad, solidaridad, justicia, abundancia, amor y esperanza, entre otras, que hacen que la vida valga la pena sorprendiéndonos con su generosidad. Cuando estos hilos se trenzan en los mosaicos de los demás, todo se ilumina y tenemos un anticipo del cielo acá.

Jesús es el gran orfebre del mosaico universal; hizo de su vida la mejor obra de arte para emular. Aprendamos de su fe y de su vínculo con Dios Padre para “armar” nuestra vida del modo más bello, verdadero y fecundo que podamos, y dejar así una hermosa obra de arte para la posteridad.