Cuando por primera vez leí la palabra Apophoreta, me sonó a porotos o porotada, que son el nombre que reciben los frijoles en Chile cuando se preparan para una fiesta. Y la verdad que su significado no dista mucho de la abundancia y el gozo que suelen producir un guiso bien preparado de legumbres en toda estación del año, sobre todo cuando se ha padecido hambre.
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La palabra Apophoreta viene del griego y significa regalo para llevar y hace referencia a la costumbre que tenían los comensales de los banquetes a llevarse pequeños regalos o detalles de las fiestas Saturnales que se celebraban en diciembre. Estas fiestas curiosamente son las que dieron origen a nuestra Navidad y carnaval y a la tradición de intercambiar regalos en estas comidas.
La palabra además de ser bella por sí misma y dejar atrás una estela de historias y recovecos de nuestra humanidad, puede ser también una experiencia del alma que vale la pena destacar y hacer evidente para sentir y gustar. Quizás a muchos, durante los últimos dos años, les ha tocado padecer un estrés superior a lo normal. La incertidumbre los ha llevado a sus límites de aguante y los problemas de la vida los han hecho perder las esperanzas y la alegría de vivir. No son pocos los que se quejan de pérdida de sentido, de soledad, de desconfianza en todos y de un horizonte negro entre epidemias y calentamiento global. La pandemia y las crisis sociales y ecológicas no las podemos controlar, pero sí podemos hacer algo con nuestra disposición espiritual. La apophoretha viene a ser una mirada de gran angular para espabilarnos y ver todo lo que también hay junto a las mascarillas, las vacunas, las filas y las catastróficas noticias que nos dan.
Un portal a la esperanza
Se trata de hacer consciente y agradecer los pequeños regalos y detalles que nos regala la vida. Una apophoreta puede ser un portal que nos renueve en la esperanza, en la alegría, en la fe, en la solidaridad y que nos ayude a reconstruir confianzas y encontrar los modos de aprender a vivir en estos nuevos tiempos con paz.
En estos momentos de vacaciones en el hemisferio sur, tengo el privilegio de estar contemplando un lago turquesa que me hace guiños para saludar. Veo los picaflores cómo seducen a las flores para extraerles su néctar juvenil antes de que se vayan a marchitar. Pasean las nubes hinchadas de agua dibujando bosquejos de bailarinas en el pizarrón jacinto del más allá y las aves trinan compitiendo con sus cantos como si fuesen las mismas Olimpiadas. A eso se suma un fuego que entibia el aire gélido que entra de la Patagonia asustando al continente para que lo deje en paz. Un pan caliente se hace cómplice de la acogida y se rinde ante la mantequilla que lo recorre como miel en el panal. El silencio abraza todo y no deja a nadie entrar… todo susurra calma y tranquilidad. Sólo se oye el canto de las cascadas lejanas que chocan con los farellones de piedra milenarios que nadie ha podido dominar.
Así es la vida con sus regalos, así de sencilla y de abundante en realidad; solo que en la mayoría del tiempo la “porotada” no la vemos por andar corriendo y preocupados de trabajar.
Apophoreta todo el año
Apophoreta y/o Navidad es todo el año, si ponemos atención de verdad. Las aves, las nubes, las flores, el viento, el cielo, el sol, las montañas, el amor de los demás siempre está… somos nosotros los que las borramos dejando el “plato” servido en la mesa y dejándolo pasar. Ojalá veamos los pequeños y grandes detalles que recibimos a diario y seamos, a su vez, regalos para los demás. Un carnaval de vínculos conscientes de la maravilla de estar vivos y respirar. Que no haga falta estar de vacaciones para reconectarnos con lo esencial; la vida es hoy y es nuestra oportunidad para amar y servir con intensidad.
Desde el Lago Tagua Tagua, región de los Lagos, Chile.