La Virgen de las batallas de Puigdemont


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Hasta la posmoderna aparición en el cuartel general de Puigdemont en Berlín, solo había constancia en el mundo de seis Vírgenes de las batallas, esas pequeñas imágenes sedentes con el Niño Jesús en brazos que algunos reyes cristianos llevaban en sus sillas de montar para que les protegieran en sus correrías contra los moros.

Ocho siglos después de aquellas apariciones en los campos de batalla de la Península, el presidente en la sombra de la Generalitat ha recuperado una imagen de la Moreneta a modo de nuevo estandarte de su causa. La ha colocado en un sitio estratégico de su centro de mando alemán, desde donde muñe su huida hacia adelante, travesía que ahora pone bajo el amparo de la Virgen de Monserrat.

Tal y como se pretendía, no ha pasado desapercibida la carga icónica de esas fotos con el símbolo identitario de Cataluña. Habrán gustado en Montserrat. Quizás no tanto en el conjunto del episcopado catalán, una parte del cual tiene su corazoncito enraizado en aquellas montañas, sí, lo que no le nubla totalmente el seny para saber que esta política de más madera no lleva más que al descarrilamiento.

Quizás alguno se quede con las ganas -o no- de hacer como el cardenal Marx, que ha afeado al presidente de Baviera –land dónde está enclavada su diócesis– de instrumentalizar el crucifijo al ordenar su colocación, en vísperas electorales, en los edificios públicos.

Es cierto que ese despacho no es un lugar oficial que paguemos todos (o eso confío), pero la bendición que desde ese cuarto se ha dado al nuevo president Torra, que se ha retratado con descalificaciones con tufillo xenófobo hacia la mitad de los catalanes que tiene que gobernar y que se sienten españoles, deja comprometida esa imagen religiosa, que es Madre de todos. Como dijo el cardenal alemán, “el Evangelio no puede ser reducido a la política práctica, aunque sí constituir un principio rector”. Y dudo que sea el caso.

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