A veces la opinión pública tiene criterios poco certeros para evaluar los discursos, no tanto en el sentido de lo veritativo, —lo cual es ya un problema grave— sino sobre todo en las formas.
La referencia es sobre ciertos personajes que destacan por la manera locuaz de comunicar, su verbo argumentativo para relacionarse con su audiencia, la credibilidad ganada ante sus miles de seguidores, pero adolecen de algo fundamental, son muy buenos para insultar.
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Es decir, ‘buenos’ en esas formas creativas para inventar palabras que denigren a grupos sociales, ridiculicen a los que no piensan igual, e irrespetan de forma pseudo educada a los demás. Más o menos lo que señalaría el papa Francisco como ‘intelectualismos sin sabiduría’.
Personas que quizás son muy inteligentes, pero que tienen enfocadas sus energías en la antítesis de la comunicación, no para unir, poner en común, sino para dividir, restar, polarizar, enfrentar. Bravucones del micrófono.
Comunicar bien no es solo hablar bien
El tema de fondo es que la virtud conlleva siempre a ejercicios para el bien, en el bien. La misma definición de la RAE dice que es el hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos, es decir, solo por la bondad, y conforme a la razón natural, pero recordemos que todo eso del orden natural suena hoy a la Edad Media.
En el sentido bíblico, el hablar bien no equivale al que mejor se expresa o utiliza la sintaxis del lenguaje de manera morfológicamente correcta, sino desde la virtud de hacer el bien, en el bien decir, que evoca el ben – decir, ofrecer la bendición.
San Pablo lo refiere cuando invita a que “no salgan de su boca palabras inconvenientes; al contrario, que sus palabras sean siempre buenas, para que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan” Ef 4, 29.
Palabras positivas, que edifiquen, oportunas, que hagan el bien. La misma cita es toda una síntesis de lo que debería ser un buen comunicador y que hoy podríamos extrapolar a buen orador, buen locutor, buen influencer, buen youtuber, o buen líder.
Jesús en el Evangelio fue más directo, más concreto, porque no solo conjugó el comunicar desde lo veritativo, sino en el sentido de la prudencia: “Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno” Mt 5, 37.
La virtud en el obrar y el decir
En realidad es valorar el peso de lo que se dice y el cómo se dice, en una lógica diversa a la que nos imponen desde la agenda ‘setting’ de los medios o la popularidad de los ‘likes’ en las redes, que se alejan cada vez más de la esencia misma de la comunicación.
El papa, en la ‘Fratelli tutti’, hace un comentario sobre san Francisco que podría servir de orientación de una buena comunicación. Sobre el pequeño-gigante de Asís, dice: “Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios” (FT 4).
Es decir, no hacer de la comunicación una guerra dialéctica para imponer doctrinas, verdades relativas, caprichos, sino comunicar desde la perspectiva del amor, en forma de fraternidad y amistad social. Esa es la clave de virtud en la comunicación.
Por Rixio Gerardo Portillo. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.