Tengo una amiga, filósofa, no creyente pero muy inquieta intelectual y existencialmente, que me hizo un interrogatorio bíblico en torno al relato de los Sabios de Oriente. Está claro que la cabalgata debió tener algo que ver con sus preguntas sobre el sentido de los personajes y del texto que presenta Mateo. El caso es que me resultó de lo más coherente con la intención del evangelista que fuera ella, precisamente ella, la que se cuestionara sobre estos personajes.
El autor del primer evangelio pretendía que aquellos cristianos de su comunidad que procedían del paganismo se sintieran identificados con estos sabios de oriente que se ponen en camino tras una señal. Estos misteriosos peregrinos siempre me han recordado a quienes se sitúan ante la vida del mismo modo que mi amiga, la que me cuestionaba sobre ellos: personas no creyentes, honradas consigo mismas, abiertas y en búsqueda que no tienen ningún reparo en abandonar sus “zonas de confort”, en dejar atrás las respuestas que se habían dado hasta entonces y los ámbitos en los que se sienten cómodas, para buscar la verdad.
No estaría nada mal que nos dejáramos interpelar por tantos increyentes honrados que también hoy se ponen en movimiento, porque ninguno de nosotros estamos inmunizados contra ese virus paralizador que nos atrinchera en las verdades conocidas, en las experiencias pasadas y en las respuestas controladas, haciendo realmente difícil permitir a Dios que nos lance, como tanto le gusta hacer, a lo incierto.