Y de repente la Cuaresma. No voy a hablar de la abstinencia de comer carne que hacemos los católicos los viernes y que muchas personas se pasan por alto, aunque esta pauta no deja de ser un símbolo de unidad, un esfuerzo común que nos recuerda que estamos en la misma barca, que se nos convoca a una acción comunitaria, una voluntad casi anónima, pero de todos, de familia. Es cuestión de trascender.
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El problema fundamental es que no hay sentido de pertenencia, que está siempre hecho de pequeñas cosas y de finos detalles, como el cariño y la ternura, y nos vamos deslizando, cada vez más, hacia una fe individualista y hecha a mi medida. Yo soy católico, sí claro, porque estoy bautizado, pero me cuesta remar con los otros, los que pertenecemos a la misma comunidad de creyentes. Es decir, tengo una fe sociológica, por eso al final me caso por la Iglesia, bautizo a mis hijos, les llevo a “hacer” la primera comunión y, finalmente, me llevan (pies por delante) a celebrar mis exequias. Pero mi grado de implicación, de conciencia de pertenencia, es casi nulo.
Pero, en concreto, ¿qué es lo que me separa de los demás? Puede haber diferentes razones, pero la primera y fundamental es que no me esfuerzo en la búsqueda de la comunión. Jesús, el Señor en quien creemos, nos dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). Este versículo es el eje sobre el que pivota el llamado discurso evangélico que recorre los capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo, que comienza con las bienaventuranzas y termina con la casa sobre roca. Pues bien, da la sensación de que nos peleamos, reñimos, nos enfrentamos y llegamos a hablar mal unos de otros por las añadiduras. Y esto es falta de humildad y de trascendencia.
Razón de ser
La tradición y las costumbres, que tienen su peso, se obvian o se desprecian, sin pararnos a buscar su fundamento, es decir, su razón de ser. Sí que es verdad que, en este esfuerzo de discernimiento, o intento de profundización, es cuando podemos descubrir que hay muchas cosas que hay que cambiar, pero por otras que den respuestas, no por nada. En el discurso arriba mencionado, hay una serie de pautas que trascienden todas nuestras añadiduras por las que luchamos e incluso nos separamos: relaciones fraternas, amor a todos, las palabras veraces, lucha contra el mal, las buenas obras, sinceridad de vida, huir de las falsas preocupaciones, buscar lo esencial, no juzgar, tener confianza… Es el momento de poner nuestras manos en el remo, para avanzar juntos y caminar unidos, porque esta es la única conversión del corazón.
¡Ánimo y adelante!