No trae buenos recuerdos la fotografía en que se ve a dirigentes del Partido Conservador en implícita alianza con el episcopado colombiano.
Los historiadores que recuerdan la historia de otras alianzas, esas sí explícitas, ven una expresión de esa acción conjunta en el periódico La Sociedad, fundado en 1910 por la Conferencia Episcopal y en La Unidad. Según el historiador Fernán González “hacían un franco maridaje de política y religión”.
A nadie le quedó duda de esa alianza después de las elecciones de 1930 cuando el mismo episcopado se dividió entre dos candidatos conservadores, “porque el triunfo conservador era protección para la Iglesia”. Después vendrían las campañas de obispos convertidos en cruzados fervorosos, como el obispo de Santa Rosa de Osos, monseñor Miguel Angel Builes, y la del pastor, monseñor Ezequiel Moreno, canonizado por el papa Juan Pablo II.
Cita el historiador Ricardo Arias el telegrama con que el párroco de Concordia informó sobre los resultados de las elecciones de 1913: Católicos, 240; Luciferistas 83; el cura de Pueblorrico, a su vez, escribió: Católicos, 435; Rebeldes contra Dios y su Iglesia: 217.
Fueron episodios que, entre otros le borraron a la Iglesia el título de universal y la mostraron partidista.
Por eso la primera reacción ante este acercamiento de conservadores y obispos durante la pasada asamblea episcopal, fue de sospecha: ¿quién utiliza a quién? A lo largo de la historia el conservatismo ha sabido utilizar los púlpitos, en algunas ocasiones los confesionarios y siempre obtuvo provecho electoral de la asociación mental entre Iglesia y conservatismo.
Una alianza de esta naturaleza le produjo más males que bienes a la Iglesia. Su credibilidad institucional sufrió un grave daño entre esa parte de la población colombiana que, formada dentro de unas ideas y una cultura liberal, nunca pudo aceptar que ser liberal fuera pecado y que Dios fuera patrimonio exclusivo del Partido Conservador. Si hoy se exhiben y se recuerdan como curiosidades históricas los documentos en que se recomendaba leer la prensa liberal en secreto “para no dar escándalo”, la huella dejada en las conciencias por esas situaciones, no es una curiosidad de museo. Más que huella es una cicatriz que aún duele y que inspira los reclamos amargos contra la Iglesia de hoy. Peor que eso: esas pasadas alianzas llegaron a ser, siguen siendo, un obstáculo para la acción pastoral de la Iglesia.
No fue, pues, nada bueno que a la Iglesia se la identificara con el Partido Conservador. No por ser el conservador, sino porque su misión excede todos los idearios y consignas de cualquier partido.
Ha sido una inclinación de los pastores, apoyarse, como en un cayado, en el poder temporal y convertir en leyes impositivas lo que debe ser una silenciosa y libre obediencia a la presión del Espíritu. Cada vez que la Iglesia quiso obtener adhesiones o sometimientos con la ayuda del poder temporal, se escribieron las páginas más oscuras de su historia: inquisición, noche de san Bartolomé, guerras de religión, cruzadas.
Fue, pues, un turbión de imágenes, pensamientos y recuerdos el que se desató con la aparición de aquella fotografía de conservadores y obispos.
Que la alianza con los legisladores conservadores tiene el objetivo de asumir conjuntamente la defensa de la vida, es la justificación perentoria de aquella visita; pero aquel fin bueno -la defensa de la vida- no justifica el uso de un medio que históricamente ha producido males. Además, deja a un lado -otra vez- el que debe ser el camino de los pastores.
Si se trata de defender la vida, que el César utilice los instrumentos de que dispone, y que la Iglesia haga lo suyo, que es defenderla desde el interior de las conciencias. El del apoyo de las leyes es el camino fácil y conduce a resultados efímeros; el del cambio de las conciencias es un proceso lento, difícil y poco o nada vistoso.
Al comienzo de la cuaresma, revive el relato de las tentaciones en que el Señor rechaza el camino fácil del poder sobre reinos extensos y de los ángeles que no permitirán que su pie tropiece con las piedras. Desde ese momento eligió el camino largo y sangriento de la cruz, pero también de la resurrección. Dejen a los políticos que hagan lo suyo y que los pastores trabajen con las armas del espíritu.