“Al César lo que es del César… y a Dios lo que es de Dios” (Mt 21,21). A menudo se ha invocado ese versículo para defender la separación entre el poder político y el “poder” religioso. Y no me atrevo yo a cuestionarlo. Pero eso no quita que, como creyentes, estamos llamados -e, incluso, obligados en razón de nuestro seguimiento de Jesús y su Evangelio- a tomar parte de la vida pública en todas sus expresiones. También en las decisiones de los “césares” de hoy y sus acuerdos y desacuerdos políticos.
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Una pregunta sustancial
En esa misión, una tarea urgente es desenmascarar las maneras y los motivos en los que se toman dichas decisiones. La pregunta que debería regir nuestra evaluación de las mismas es POR QUÉ se han tomado. Hay que dar con esos “por qué”, para aceptar o cambiar los “qué” y los “para qué”.
Un par de ejemplos: ¿Por qué ha tomado la decisión el Gobierno de Pedro Sánchez de ceder a Cataluña la soberanía fiscal? O, ¿por qué PP y Junts votaron en contra de la propuesta de ley para el reparto de los menores migrantes que están en Canarias?
Según lo que líderes y lideresas dicen en defensa de su postura, siempre hay razones sensatas que lo justifican. Sin embargo, muy a menudo son puros artificios dialécticos y “torcimientos” de argumentos. Y ello, para esconder la razón última: son decisiones que se toman para sacar -por encima de todo lo demás-, beneficios partidistas y electoralistas.
¿Alguien lo duda? Por si acaso, basta responder a esta pregunta: ¿La misma decisión o postura se hubiera mantenido si de ella no dependiese el acceso o el mantenimiento en el poder? Probad y ved que, por desgracia, la respuesta es la misma en muchos de los casos.
Que no decida el César
Así, aterrizo en lo que creo que es el “meollo” de todo el transitar político actual: Hoy, las decisiones políticas no se toman por el bien común. No puede ser de otra manera, ya que ni siquiera partidos y legisladores se plantean con seriedad qué es el bien común, si no cuáles son sus propios intereses. Esto último, podría incluso ser legítimo y conllevar cosas positivas. Pero, a la fuerza, los resultados para nuestro mundo son bien distintos.
Por eso, ya no le demos al César todo lo que tradicionalmente ha sido suyo. Y, porque precisamente hay que dar a Dios lo que es de Dios, demos a Dios la búsqueda del bien de su creación y de la humanidad… Y trabajemos contra lo que, a buen seguro, Él detesta: la perversión de algo que debiera ser tan noble -en la cima de caridad lo han situado los últimos papas a menudo-, como lo es la vida política.
No dejemos, pues, que siga decidiendo el César. Que decida la búsqueda del bien común, que pasa por la construcción de la fraternidad y de la justicia. Feliz agosto.