Pasado el punto de mayor peligro de la pandemia y retornando lentamente a la normalidad, ha surgido la “humanidad” con todo sus nervios y emocionalidad desbordada. La buena voluntad y el buen trato inicial -consecuencia de la valorización de los vínculos y la presencialidad en cuarentena- va mermando y dando paso a la irritabilidad, estrés e impulsividad de grandes y chicos cansados de ser fuertes frente a la adversidad. A eso se suma la incertidumbre casi generalizada que se respira a nivel mundial, ecológico, político, económico y social en muchos de nuestros países. ¿Frente a este panorama aparentemente desesperanzador, dónde nos podemos nutrir? ¿Qué luces nos pueden orientar? ¿Dónde encontrar oasis de pequeñas certezas en el desierto que nos toca transitar? Quizás estamos pasando de largo por pequeñas, pero maravillosas vertientes de agua que nos pueden aliviar y ayudar a seguir peregrinando con alegría y paz.
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¿Qué son las ‘Diosidencias’?
El vocablo aún es un invento sin validar por la RAE, pero bien vale la pena acuñarlo a nivel personal. En un mundo dominado por la lógica, lo racional, los datos, algoritmos y la frialdad, muchas veces nos llega como agüita fresca algo que no podemos explicar con esos recursos y que nos llena el alma de gozo y que nos conecta con la divinidad. Son detalles, encuentros, situaciones inesperadas y sorprendentes que nos evocan y conectan con lo sutil y trascendente. Son las llamadas ‘Diosidencias’ o “sincronías de la vida donde justo, cuando menos lo esperas, pero cuando más lo necesitas te llega una caricia de la vida para animarte y levantar la esperanza.
Desde la mirada de la fe, podemos decir, sin equivocarnos, que es el Dios de la vida, encarnado en nuestra cotidianeidad y caminando con, en y para nosotros que aprovecha las circunstancias más pequeñas, para mostrarnos su ternura amorosa, su cuidado, las direcciones que debemos tomar y las oportunidades que debemos aprovechar, para nuestro bien y el de los demás. Son pequeños “sacramentos cotidianos” que alguien bautizó con esta bella palabra, haciendo un juego con Dios y las coincidencias, pero que en realidad de coincidencias no tienen nada, sino que es Dios que viaja de incognito entre nosotros. Las ‘diosidencias’ son verdaderos paquetes de regalo, encomiendas bajadas del cielo con despacho personalizado, que vienen hacia nosotros para bendecirnos con bondad, gracia y alegría sin par
Cómo aprovecharlas en este tiempo
Hay quienes toman estas pequeñas, pero potentes señales, como una casualidad y por eso no les prestan atención, desperdiciando muchos de los caminos que quieren abrirnos y mostrar. Es así, como no sólo debemos sorprendernos y admirarnos de encontrarnos con alguien que nunca pensamos topar; ni dar por obvias las coincidencias de fechas, de palabras, de imágenes, de conversaciones, de llamadas, de lo que no calza del todo en la pura arbitrariedad. Para ello, debemos estar atentos a las ‘Diosidencias’ del camino de la vida, ya que son verdaderos letreros existenciales para ayudarnos a tomar decisiones, a estar atentos a la dirección que nos conducen y saberse dejar guiar. Es clave estar con los cinco sentidos despiertos, contemplando activamente la realidad y las circunstancias que me rodean. Detectar estas pistas y seguirlas, es un ejercicio que nos llena de entusiasmo y sorpresa, y por lo mismo, debemos filtrarlas permanentemente con la oración y una cuota de razón. Es como buscar sintonizar la “radio de Dios”, ajustando el control lo más cerca de su frecuencia y dejarse conducir por su voz y voluntad, “escuchando” con sabiduría todos los misterios que encierra una aparente trivialidad.
Frutos de esta mirada
Cuando ya hemos disfrutado del gozo que Dios nos quiso regalar a través de estas pequeñas “intervenciones de su mano” en nuestras vidas, vemos cómo todo calza a la perfección y que jamás estamos solos en la adversidad. A pesar de nuestra incomprensión de lo que está pasando, se está armando un puzle complejo y maravilloso que ya podremos contemplar y agradecer. Dios sí se hace presente en las circunstancias más insólitas e insospechadas, para hacerse oír y amplificar y sólo siendo dóciles a su voz podremos salir airosos.
Vayamos conscientes cada día para no pasar de largo y dejarnos sorprender por estos pequeños hilos de plata que traen consigo algún misterio amarrado. Solo así podremos tomarlos, enrollarlos y no lo soltarlos hasta que sepamos a dónde nos llevan y el tesoro que nos quieren mostrar. Puede que no solucionen lo que estamos viviendo ni la crisis actual, pero son como pequeñas migajas de pan para recorrer el camino con más sabiduría y esperanza en el andar.