Acabo el libro de Pedro Ontoso y salgo a comprar otro para regalar a un periodista. Hay cosas que solo se aprenden leyendo. Una de ellas, el periodismo. Bueno, también escuchando. La librera me ignora un rato, que aprovecho para aprender de su conversación con otro cliente sobre la maravilla que ha escrito un tal Valero sobre san Juan de la Cruz. A mí me maravillan estos hallazgos en la era Amazon, que me acabarán llevando, ya en casa, vía Ibiza, a Hölderlin y a Pessoa.
“¿Sí?”, me dice finalmente la librera. “¿Tiene Con la Biblia…?”. “¿Cómo dice?”. “… y la Parabellum?”, finalizo mi frase. “¡Ah, sí! Por fin me ha llegado… Se había agotado”. Va a la trastienda –aún no le había dado tiempo a colocarlo en el mostrador– y regresa ufana, satisfecha de satisfacerme, satisfecho también yo de haber vencido, al menos hoy, la tentación de Jeff Bezos.
Me dicen que hay curas de la vieja guardia nacionalista en el País Vasco que se niegan a leer Con la Biblia y la Parabellum (Ediciones Península), que recorre con rigor la estrecha relación que mantuvo una parte de la Iglesia vasca con ETA. Bueno, pasó también con Patria, salvadas las distancias de registro. La una novela, la otra radiografía. Es difícil profetizar en tu tierra.
Como lo es meterse en un empeño de estas características y salir indemne. El autor, firma indispensable en El Correo, sufrió la amenaza terrorista. Pero no hay revanchismo. Aunque es difícil evitar que haya gente que se muestre herida. No es cómodo sentirse señalado, y más ahora que las armas callan y quienes ponían las dianas están en proceso de reinserción o aupados a las instituciones para cambiarlas desde dentro. Pero no es un libro de buenos y malos. Lo es de hechos en los que no todos estuvieron a la altura, por más que pusieran a Dios por testigo.
Este libro es necesario. Primero, para el autor, cuya fe se ha mantenido a resguardo de curas como el don Serapio de Fernando Aramburu y también de escandalosas equidistancias episcopales. Después, para tener el hilo completo de un relato que lo fue también de la vergüenza. Y finalmente, y por eso se lo regalo a un amigo periodista, como ejercicio de un periodismo también en vías de extinción, para el que Ontoso ha tenido que escuchar mucho a muchos.