Las lecciones de Dios en Navidad


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La sociedad materialista, mercantilista y consumista ha logrado manipular y vaciar de contenido las principales celebraciones de los seres humanos en todo el orbe.



Las conmemoraciones se van reduciendo al juego de la oferta y la demanda, de la compra-venta, de tal manera que el contenido y significado de las fechas importantes y de sus símbolos (por ejemplo: luces, árboles, música, pesebres, etc.) quedan relegado al bolsillo o, peor, se ignoran u olvidan. Así, resultamos enviando mensajes, comprando, vendiendo, viajando, adornando, estrenando y regalando sin saber por qué motivo celebramos o vacacionamos.

Por ello, en la proximidad de la Navidad, me propongo en la brevedad de estas líneas, recordar los grandes temas teológicos que, para los cristianos y para toda la humanidad, contiene dicha celebración y el alcance, significado y repercusiones que, sus símbolos y contenido, pueden tener para el proyecto de vida de cada ser humano y para nuestra actualidad mundial.

En la navidad recordamos el nacimiento y cumpleaños de Jesús de Nazaret. Toda la alegría y la simbología festiva de la Navidad tienen que ver con el nacimiento de un Niño en una pesebrera en Belén. El contenido central de la Navidad es la figura del Niño Jesús.

En los hechos y palabras de Jesús de Nazaret los cristianos descubrimos y confesamos la revelación de Dios y la revelación del hombre; la revelación de lo humano de Dios y la manifestación de lo divino y bueno del hombre. Jesús nos revela el proyecto que Dios tiene para el hombre y el proyecto que todo hombre ha de realizar en búsqueda de la salvación, felicidad, vida abundante o vida eterna.

Por su significado para la humanidad, Jesús de Nazaret divide la historia en dos partes. A partir de su nacimiento, los años de la historia de la humanidad se cuentan “antes de Cristo” o “después de Cristo”.

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Jesús de Nazaret nos cuenta cómo es Dios

A Dios nadie lo ha visto. Los cristianos creemos y confesamos – como está consignado por escrito en el Nuevo Testamento – que “quien lo ha visto a Él ha visto al Padre” (Jn 14,8-9). Todos los hechos y palabras de Jesús de Nazaret nos revelan a un Dios que es Creador y Padre bueno, que quiere el bien y la felicidad para todos sus hijos, sin discriminaciones ni castigos, sin venganzas ni celos del hombre.

Es un Dios que no condena y ofrece el perdón. Un Dios que, como Padre bueno, no se fija en la exterioridad ni en las apariencias sino que mira el corazón y las intenciones del hombre. Es un Dios que – en Jesús – siempre se pone de parte del hombre y de lo humano, especialmente de los débiles, de los últimos, de los marginados y “descartados”. Es un Dios que no quiere sacrificios ni holocaustos sino amor compasivo entre sus hijos.

La Navidad significa que – en el Niño del pesebre, el Emmanuel – Dios está con y por nosotros y apuesta por el hombre y por su vida y dignidad. En el Niño del pesebre Dios apuesta por la vida en contra de la muerte y el nacimiento en el pesebre nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos ni sus pensamientos los nuestros. Que la lógica de Dios es distinta a la lógica del mundo (Cfr. Mc 8,27-35).

Jesús de Nazaret nos cuenta cómo es el hombre

La vida y obra de Jesús nos cuenta el proyecto de hombre que Dios tiene para todo hombre. Con su vida, Jesús nos cuenta lo que Dios quiere y lo que no quiere del ser humano. En Jesús de Nazaret nos descubrimos hijos del mismo Dios-Padre y por tanto hermanos todos, sin distingos, los unos de los otros.

Por lo que la verdad y felicidad de todo hombre consiste en vivir como hijo de Dios y hermano de todos. Por eso, el único y nuevo mandamiento de Jesús de Nazaret, para sus discípulos de todos los tiempos, es “amarnos los unos a los otros como Dios mismo nos ama” (Jn 13,34).

Jesús nos invita a todos a vivir su misma vida: libres del miedo, de la ambición, de la violencia, de la codicia. Nos invita a liberarnos del odio y de la venganza, a vivir libres de la adulación y del apego a las riquezas materiales, libres del egoísmo y de la mentira, libres del orgullo y de la hipocresía, etc. Jesús nos invita a ser capaces de amar y a manifestar el amor fraterno en el perdón, en la verdad, en la justicia, en la compasión, en el servicio.

Son muchos los que hoy no conocen la Buena Nueva (evangelio) de Jesús de Nazaret. Y muchos los que conociendo a Jesucristo viven dándole la espalda a sus enseñanzas, en seguimiento de los criterios del mundo y no de la lógica de Dios. Son muchos los que pretenden una Navidad sin Cristo y una vida sin Dios. Pero la Navidad se resiste a morir y Dios, el Emmanuel, tercamente, quiere estar con nosotros para que nosotros estemos con Él.

En nuestro contexto mundial actual urge volver a conmemorar, es decir, volver a hacer memoria del significado que tienen la Navidad y la persona de Jesucristo para el hombre y para todos los hombres.

Construir un mundo sin soberanía de Dios, sin amor, nos conduce al caos. Prescindir de Dios como Padre hace que no vivamos como hijos sino – soberbiamente – como señores todos de todos. Sin el Dios-Padre, revelado en Jesucristo, ya no hay razones para vivir fraternalmente y la vida en sociedad se convierte en un juego macabro de poder que aplasta, de rivalidades, competencias, violencias, destrucción, guerras y muerte.

Desde las primitivas cavernas a nuestra realidad actual, los hombres hemos progresado en la sofisticación de las armas para matar más y mejor, lo que – frente a nuestros primeros ancestros – nos convierte en seres más salvajes que aquellos, en seres más violentos, sanguinarios, crueles e inhumanos. Cabe que nos preguntemos si nuestro cacareado progreso material corresponde, al mismo tiempo y en las mismas medidas y proporciones, a nuestro progreso humano y espiritual.

La inequidad, corrupción, injusticia, violencia y tantas formas de muerte en el mundo actual atentan contra el significado fundamental de la Navidad, porque todo atentado contra la vida humana es atentado contra la vida que nace y celebramos en Navidad.

Celebremos la Navidad. Celebremos que Dios – en el Niñito del pesebre – nos ama, y preguntémonos si el mundo que estamos construyendo es un mundo de amor de todos por todos. Preguntémonos si tiene verdad y sentido nuestra celebración de la Navidad. Preguntémonos – finalmente – si estamos siendo el tipo de hombre y de humanidad que Dios quiere de nosotros y que nos lo revela en el Niño frágil, tierno e indefenso de la Navidad.


Por Mario J. Paredes, miembro del Consejo Directivo Internacional de la Academia Internacional de Líderes Católicos.