El Vademécum para el Sínodo sobre la Sinodalidad es la herramienta oficial para la escucha y el discernimiento en las iglesias locales, y “está concebido como un manual que acompaña al Documento Preparatorio, al servicio del camino sinodal”. El texto incluye: a) recursos litúrgicos, bíblicos y de oración disponibles online; b) sugerencias y herramientas metodológicas más detalladas, c) ejemplos de ejercicios sinodales recientes, y d) un Glosario de Términos para el Proceso Sinodal.
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Obvio, hay que leerlo para poder participar en la consulta que ya se está llevando a cabo en todas las diócesis del mundo, pero me permito recomendar detenernos en un apartado que me llamó la atención. En el segundo capítulo, titulado ‘Principios de un proceso sinodal’, aparece en el numeral cuatro una recomendación: evitar las trampas, y pasa a enlistar nueve tentaciones que resultan muy interesantes.
1. La tentación de querer dirigirnos a nosotros mismos en lugar de ser dirigidos por Dios… olvidando que el Sínodo no es una reunión de consejo, sino una suerte de retiro espiritual. Además de preguntarnos cómo queremos la Iglesia del futuro, habrá que consultárselo primero a Dios.
2. La tentación de concentrarnos en nosotros mismos y en nuestras preocupaciones inmediatas. El Sínodo está en línea con la Iglesia de puertas abiertas y en salida que sueña el papa Francisco. Hay que ir a las periferias existenciales a preguntar y a escuchar lo que otros opinan.
3. La tentación de ver solo ‘problemas‘… pues ello nos puede llevar a sentirnos abrumados, desanimados y cínicos. Hay que señalar, es cierto, las adversidades y los errores cometidos, las sombras, pero también abrir muros para encontrar luces, que también existen.
4. La tentación de concentrarse sólo en las estructuras. Éstas tienen que ser renovadas, de acuerdo, pero el Sínodo quiere centrarse en las personas y, recordando al Concilio Ecuménico Vaticano II, en sus gozos y esperanzas, en sus alegrías y tristezas, en sus sueños y suspiros.
5. La tentación de no mirar más allá de los confines visibles de la Iglesia… lo que convertiría al Sínodo en algo autoreferencial. Necesitamos dialogar con el mundo de la economía y de la ciencia, de la política y de la cultura, de las artes y del deporte, de los medios de comunicación, etc.
6. La tentación de perder de vista los objetivos del Proceso Sinodal. Y es que a veces, en el trayecto, las distracciones propias de la coyuntura nos pueden alejar de nuestra meta. El Sínodo no es un caminar errante sino una peregrinación, en la que tenemos claro el destino.
7. La tentación del conflicto y la división… que siempre está presente en nuestras discusiones eclesiales. Necesitamos, claro, defender con pasión nuestras propuestas, pero con el mismo entusiasmo escuchar y, dado el caso, aceptar las opiniones diversas a las nuestras.
8. La tentación de tratar el Sínodo como una especie de parlamento. El proceso sinodal no es una ‘batalla política’, en donde para gobernar una parte debe ganarle a la otra. El proceso sinodal es consultivo, y el papa Francisco es quien tomará las decisiones pertinentes.
9. La tentación de escuchar solo a los que ya participan en las actividades de la Iglesia… que, sin duda, sería más sencillo y ágil, pero deja afuera a tantas personas que están allí, fuera. Escuchar sólo a quien nos endulza el oído no sirve más que para ensanchar el ego.
Pro-vocación
En México decimos ‘nomás por fregar’, de alguien que critica todo, muchas veces sin razón alguna. Tal parece la actitud del cardenal Gerhard Müller, ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al oponerse, también, a la realización del Sínodo. “No es necesaria la consulta”, y “Los Sínodos son de obispos no de laicos”, dos perlas de la cerrazón y el clericalismo pronunciadas por Su Eminencia. En fin.