Como sucede en todos los sitios, también en Granada se va notando cómo la ciudad recobra su ritmo habitual. El inicio de las clases en la Universidad ha provocado que, en apenas unas semanas, se multiplique esa presencia de gente joven que tanto caracteriza a la ciudad. Yo, que vivo rodeada de pisos compartidos por estudiantes, también he notado cómo se reconquistan apartamentos que habían permanecido cerrados estos meses y cómo aparecen nuevos vecinos a mi alrededor. El acento gaditano delata al grupo de chicos y chicas que se han acomodado justo en la vivienda que está frente a mi ventana. El calor aún aprieta por estos lares, de ahí que pasen la mayoría del tiempo en la terraza y que nos tengamos tan vistos que nos hemos llegado a reconocer y a saludar por la calle.
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Las raíces cristianas
Como os podéis imaginar, es una convivencia un poco forzada por el reducido espacio que nos separa y por una acústica que te hace sentir que hablan dentro de tu propia habitación, y ofrece material como para proponer más de un estudio sociológico sobre la juventud actual. Con todo, lo que quizá más me llama la atención es que entre ellos, especialmente las chicas, se llaman de “hermana” o “hermano”. Posiblemente no son muy conscientes de las raíces cristianas que tiene denominarse así, pero es probable que sí comprendan el motivo de fondo que hizo que se extendiera y se popularizara esta manera de llamarse entre los cristianos.
No sé si es el hecho de ser mujeres, la amistad o el compartir opiniones lo que hace que se sientan vinculados entre sí de esta manera especial, pero no me resulta demasiado lejano a ese amor a Dios y a la humanidad que compartían los primeros cristianos y les unía más allá de las diferencias. Las palabras, de tanto usarse, se vacían de sentido y pierden su potencial transformador. Es muy probable que en nuestras comunidades creyentes hablemos de “hermanos” y “hermanas” con más formalidad que sentimiento, más por costumbre que por la firme convicción de que Jesús tenía razón cuando decía que “vosotros sois todos hermanos” (Mt 23,8). Escuchar a mis nuevos vecinos me recuerda que la fraternidad universal es un anhelo que late en el fondo de cada corazón, se crea o no en Dios. ¿Seremos un testimonio vivo de que es posible?