Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Las pedradas de cada cual


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No existen “los mercados”. Existen las personas que los diseñan y dirigen (al menos mientras la Inteligencia Artificial lo permita). De igual manera, no existe “la política”, como mano invisible que todo lo conduce, sino las personas que hacen esa política y que, por lo tanto, la impregnan de sus intereses… Y de sus “pedradas”.



Porque la humanidad está llena de personas con “pedradas”. Entiéndanme la expresión: con heridas, fijaciones, pensamientos recurrentes y/o obsesivos que condicionan toda la existencia. Lo vemos por doquier. Allí donde hay humanidad hay carencias, procesos inacabados y limitaciones. Si no fuera así, estaríamos hablando de otra especie. No de la sapiens.

Imperfectos

En ese sentido, últimamente me recuerdo mucho a mí mismo y a quien me da la ocasión, que los seres humanos “somos imperfectos”. Es una obviedad. Pero, tomar conciencia de ello me ayuda a digerir mucho mejor la ingente cantidad de traiciones, bajezas, comportamientos destructivos o decisiones dañinas.

Es algo con lo que hay que contar. Porque, aunque la tensión de vivir en “mejora constante”, y morir algún día con la mejor versión de uno/a mismo/a debiera ser un imperativo ético, lo cierto es que la inmensa mayoría de la población, nos encontramos como mucho “a mitad de camino”, proyectando en lo que hacemos y en los demás, nuestros dolores, complejos, fracasos, frustraciones, traumas y sufrimientos.

 Las pedradas políticas

…Y en esa misma dirección, las personas que desarrollan la política, lo hacen muy muy muy a menudo tirando de sus propias heridas y condicionamientos. “¡Ojú! ¡Cómo está la peña!” es la frase que más repitió un compañero de partido en las últimas elecciones Europeas, expresando esa intuición.

Por ejemplo, me encuentro con personas que, claramente, se sitúan en política ante el fenómeno religioso-espiritual según la mochila vital que les acompaña: hay quienes vienen de procesos personales o contextuales de desafección y rechazo a la Iglesia, y quienes viven su pertenencia eclesial desde el más absoluto dogmatismo inculcado sin filtro desde la infancia.

Y algo parecido pasa con un abanico enorme de cuestiones presentes en la vida política: ante los nacionalismos, la cuestión de género, la militarización, las siglas partidistas, los sistemas económicos, etc.

Es totalmente comprensible. Pero no podemos conformarnos con ello.

La vida de quien se dedica a la política, debiera estar marcada por el deseo sincero -y el esfuerzo consiguiente- de buscar la verdad de las cuestiones, liberándose de puntos de partidas irracionales y a priori inmovilistas.

Y, me da a mí, que esto no pasa.

Así, ayudaría mucho para hacer una mejor política, el poder desenmascarar la “pedrada” que tienen Pedro Sánchez, Núñez Feijoó, Abascal, Yolanda, Alvise… O Milei, Putin, Netanyahu… O el alcalde/alcaldesa de tu pueblo. ¿Será la necesidad de reconocimiento? ¿Será una infancia marcada intensamente por influencias radicalizadas? ¿Será un complejo personal no resuelto? ¿Será una lealtad incuestionable a referentes ideológicos? ¿Será un conflicto o carencia con la figura paterna/materna?

¡Qué daño, literalmente, nos están haciendo, las pedradas no resueltas de nuestros/as políticos/as! Algunas, incluso, se llevan vidas por delante.

Hay que acabar con ellas.
Y, qué mejor manera, que comenzar terminando con las tuyas y con las mías.

Tenemos un verano por delante para ponerles nombre y liberarnos de su yugo.
Abajo las pedradas.