Querida amiga Laura, imagino que compartes conmigo eso de que las personas son lo primero.
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Ya se dio cuenta el salmista cuando se interrogaba rezando “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?” (Salmo 8,4) Y esa misma pregunta me hago yo hoy: ¿Qué somos? ¿Cuál es nuestro valor? ¿Qué nos merecemos?
Como ocurre con otras tantas cosas que Dios puso en nuestras manos, estamos llamados a trabajar para que la dignidad del hombre no sea solo una idea, sino una realidad.
Esquemas neoliberales
Querida amiga Laura, aunque vivo con gratitud el gran valor que nuestra cultura da a la dignidad de la persona, estoy cansado de ver que abundan las propuestas económicas, ideológicas y políticas que anteponen sus objetivos y fundamentos al cuidado y al bienestar de las personas.
Lo más triste es que en ocasiones me encuentro con instituciones católicas (fundaciones, movimientos, colegios, ONG, parroquias…) que anteponen los objetivos a los procesos, los porqués a los cómo, los resultados al cuidado de lo comunitario, y, en ocasiones, la supervivencia de las estructuras a las necesidades de los que comparten el día a día en ellas. ¿Qué imagen de Iglesia estamos dando si hacemos propios esquemas neoliberales de eficacia y rentabilidad en nuestros proyectos? Hemos obviado que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).
Querida amiga Laura, sin embargo, se nos llena la boca cuando hablamos de unidad y, cuando el sentimiento comunitario se debilita, acudimos a san Pablo para alegar que lo “mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo” (1Cor 12,12), y la llamada a trabajar por lo común, la llamada al cuidado de todos, se convierte en una exigencia interesada de los que lideran nuestras instituciones. La palabra comunidad, en ocasiones, se nos queda demasiado grande.
Querida amiga Laura, como explica la intelectual musulmana Yaratullah Monturiol, “el Corán especifica que la calidad final se aprecia sobre todo en la ética llevada a cabo en el proceso, que viene a ser lo que decide la belleza de la obra” (‘hassana’).
Conviene sacudirse el polvo.