Fue en aquel 24 de abril de 2013, en Puyo (Ecuador), cuando algunos representantes de los equipos misioneros de diversos países, el Equipo Itinerante, instancias eclesiales de gran inspiración como el CIMI (Consejo Indigenista Misionero de Brasil), agentes de pastoral social Cáritas y otras, pastorales indígenas, congregaciones misioneras inculturadas en el territorio Panamazónico, especialistas, representantes de los pueblos, y otros aliados, comenzamos el tejido de una red inédita y sin saber qué nos depararía el futuro, pero convencidos de que Dios nos estaba llamando a caminar en este proceso sinodal.
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En total, éramos 146 participantes de 12 países (de entre los cuales había representación 6 de los 9 países de la Amazonía). En ese momento por primera vez se habló de una “red eclesial panamazónica” como uno de los acuerdos del encuentro. Después se fundaría, de manera formal, la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) en septiembre de 2014, una red para la defensa de la vida en la Amazonía y sus pueblos.
Desde la periférica experiencia, pero profundamente sinodal, del pequeño Ecuador, llegó una invitación del Espíritu Santo para todo el territorio y para nuestra Iglesia, en profunda fidelidad con las décadas del camino ya hecho por grandes testimonios y procesos vivos en este territorio a a luz del Concilio Vaticano, y de la Conferencia del CELAM en Aparecida que llamaba a una pastoral de conjunto en la Amazonía.
Los obispos de los seis vicariatos apostólicos de la Amazonía ecuatoriana, la Conferencia Episcopal del Ecuador y el equipo animador de la Pastoral Social Cáritas Ecuador que estaba a cargo de impulsar este proceso, estuvimos presentes en esta experiencia de Puyo, la cual fue una impronta indeleble para todo el camino sinodal Amazónico posterior. Una importantísima figura fue el arzobispo de Huancayo, Pedro Barreto, que en aquel momento era el presidente del Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), quien desde ese momento nos animó a seguir encaminando este proceso de red eclesial (ahora presidente de la propia REPAM), así como también la presencia de Monseñor Rafael Cob, obispo de Puyo y anfitrión de este encuentro de fundación simbólica (actual vicepresidente de la REPAM). La REPAM después se formalizó como experiencia viva al servicio de la Iglesia, de la mano de toda la Iglesia en la región y el territorio, en Brasilia, en septiembre de 2014.
La REPAM existe desde una espiritualidad profunda, profética, encarnada. En sus inicios ha querido también ser una presencia interculturada e intercultural, en diálogo con los propios pueblos y con sus espiritualidades y cosmovisión, abrazando y honrando la vida de tantos testimonios que entregan su vida por más vida en la Amazonía, con la presencia de los mártires mujeres y hombres, cuya sangre marcó esa primera semilla, como el caso de Alejandro Labaka e Inés Arango en el Ecuador en el Vicariato de Aguarico. Desde entonces, ha ido dando pasos en todos estos años hasta liderar el proceso de escucha con 85.000 participaciones (22,000 de manera directa y 65,000 en las fases preparatorias), que fueron la base de todo el camino de discernimiento y conversión en el Sínodo Amazónico. Sin duda, esa semilla venía desde la periferia geográfica, existencial y simbólica. La periferia que quiere ofrecer su condición marginal, para tornarse en germinal, es decir, una luz que ilumina al centro. De la periferia Amazónica de Puyo, Ecuador, llegó la semilla que llevaba dentro de sí tantos años, testimonios y caminos hechos por la Iglesia y los pueblos desde décadas atrás.
La sinodalidad amazónica
Mirando en perspectiva, y desde una óptica vivencial personal, este camino recorrido por la REPAM, solo me queda agradecer al Dios de la Vida y a tantos hermanos y hermanas, con quienes hemos construido esta barca desde las maderas hermosas, que ya estaban ahí, dando la vida por la Amazonía. Es tiempo ahora de “acatamiento y veneración” en las manos de la Ruah divina (el Espíritu): en aguas movidas y en aguas calmas, siempre en las manos de Dios.
También quiero dar gracias al papa Francisco. Su presencia ha sido un elemento transformador de nuestro servicio. No se trata de idealizar su persona, pero Dios ha hecho de nuestro maestro y hermano que viste “de blanco” el más bello y adecuado puente para que los llamados del Concilio Vaticano II encuentren sus rutas para seguir dando vida de forma irrenunciable en y desde la Amazonía, y para la Iglesia toda.
La pregunta que me ha acechado en estos años al cerrar ciclos de compromiso vivo en este territorio Amazónico es: ¿Quién soy hoy que no soy el mismo de hace 10 años cuando tuve mi primer encuentro y experiencia de adentrarme al menos de modo inicial a este territorio Amazónico, para luego entregarme de lleno en conexión con él, y con su hermosa diversidad? y ¿quién soy hoy luego de vivir la experiencia de haber servido, caminado en y con, y tejido comunitariamente esta REPAM? Lo que percibo como el mayor regalo de esta experiencia, y que me permitirá hacer sentido de lo vivido, es la vivencia de una espiritualidad encarnada, transformadora y profética que se queda en mí como signo de Dios para toda la vida. Ahí está la fuerza de esta red, ahí su gran novedad.
Pero, no caigamos en la tentación de la auto-referencialidad o el perdernos en las ilusiones de los servicios hechos que han dado mucha visibilidad; es menester el mantenernos fieles a lo encarnado, saber que somos profundamente frágiles como red, y que justamente la fragilidad es lo que ha hecho sentido en este caminar juntos y juntos, es lo que nos ha mantenido juntos en clave pascual. A propósito, me vienen las palabras del cardenal Cláudio Hummes (primer presidente de la REPAM), quien desde su voz profética, afirmaba que “ser red es caminar juntos, pero respetando la diversidad, ser red es sentirnos profundamente en comunión para acompañar el proceso, para que los pueblos sobre todo sean sujetos de su historia”.
En el proceso de ser, y hacernos, red, la novedad está en mantener esta libertad interna, articuladora de posibilidades, que no se pierde en la rigidez de quererlo institucionalizar todo. Hemos sentido también la invitación profunda a poder caminar mucho más juntos con aquellos que considerábamos distintos. Es decir, los encuentros improbables han dado paso a esta red inédita, y que a permitido que los polos en tensión se encuentren en un fin común, el de colaborar en el tejido de vida, y vida en abundancia, con y para la Amazonía y sus pueblos.
Hemos caminado juntos en el análisis de la realidad que nos grita, y desde ahí, siempre abiertos a la novedad, hemos intentado responder. Todo ello, a la luz de lo que el Papa Francisco ha colocado también en Puerto Maldonado en su visita de enero de 2018 como llamado a una respuesta genuina, clara, respetuosa y profética, con la que abría el camino al Sínodo Amazónico. Hemos confirmado la necesidad de involucrar a los pueblos originarios en lo diversos espacios y procesos, incluso en la manera cómo coordinamos nuestras redes e iniciativas, para que la toma de decisiones y el discernimiento sea con su presencia como elemento imprescindible de esta mirada inter-cultural. En pocas palabras, un verdadero proceso sinodal amazónico.
REPAM, improbable e imprescindible
La REPAM ha sido, y es, una red profundamente improbable, pero absolutamente imprescindible. Improbable, porque ha roto con, o mirada más allá de, muchas de las estructuras preexistentes, creando una novedad para abrir un espacio para que sople el espíritu de una manera distinta, con toda su novedad, pero incorporando todo aquello ya existente para darle otras perspectivas y nuevas posibilidades. La REPAM ha transformado dinámicas estructurales, pero ha mantenido una verdadera comunión con todas las instancias eclesiales.
Imprescindible, porque los signos de muerte tan intensos y profundos que vemos en la realidad piden una verdadera comunión para la solidaridad, para la lucha por la justicia, para la defensa de los pueblos, el acompañamiento de sus voces, el luchar junto con ellos a favor de las causas de los pueblos, y en la defensa de sus territorios.
En estos años hemos sentido la certeza de que Dios camina en medio de nosotros, aún en medio de situaciones muy difíciles y ante las diferentes visiones y maneras de abordar la realidad territorial. Somos una sola Iglesia, somos una sola REPAM. Por ello, el profundo compromiso por acompañar en su lucha cotidiana a los pueblos indígenas, por hacer vida sus invitaciones a las conversiones pastoral y sociambiental. Esto es lo que nos sirve como purificación, y nos permite salir de las visiones particulares, para abrazar la causa común, a causa del Reino.
La misión de la Iglesia y el camino para tejer Reino en la Amazonía es desde la vida de los pueblos y sus clamores y esperanzas. En REPAM nos hemos sentido llamados a servir, en la desafiante perspectiva de la ecología integral, para que la Laudato Si’ no sea guardada en un cajón y olvidada como tantos otros documentos mas. Nuestro compromiso como red, y ojalá de toda la Iglesia, es que la categoría de ecología integral sea convertida en una praxis eclesial permanente y extendida que dé vida nueva y buena. En esta misma línea, el cardenal Pedro Barreto ha señalado siempre que la Amazonía es el verdadero examen decisivo para la Iglesia en el territorio, recogiendo las palabras del propio Papa Francisco.
Encontramos en la REPAM, y en todo el camino claroscuro que hemos hecho en ella, una pedagogía que ha permitido a sus miembros acoger dos elementos esenciales: 1. la profecía, y 2. la conversión profunda. La primera es fruto de la indignación y del dolor de un pueblo masacrado, asesinado por el extractivismo, el narcotráfico y el olvido gubernamental. La segunda nace de la esperanza y la alegría de amar la vida, de amar al pueblo, desde donde la Iglesia se siente conmovida, convocada a entregarse toda, independientemente de las consecuencias, para poder responder a ese amor profundo a través de tantas mujeres y hombres que hacen la diferencia.
En este punto de convergencia de los ríos, el momento propicio que estamos viviendo como verdadero Kairós, las aguas se tornan movidas por los tantos desafíos que emergen de la realidad territorial y de los desafíos y llamados concretos del Sínodo, por la pandemia que sigue golpeando con fuerza inmisericorde a los pueblos y comunidades de este territorio, y por la incertidumbre de lo que vendrá. Ante esto, el impulso es el de agradecer y de soltar. Las primeras semillas de la sinodalidad darán sus frutos a pesar de nosotros, pero también con nosotros.
Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro de redes y acción pastoral del Celam