Cuando el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, pretendió mantener el monopolio curial para la traducción de los textos litúrgicos, provocó una reacción del papa Francisco que, en un claro y firme documento, dejó establecido que el proceso de traducción de los textos litúrgicos relevantes en un idioma no debe conducir a un espíritu de imposición a las conferencias episcopales, de una determinada traducción. Debió recordar el Prefecto el diálogo sostenido con Francisco antes de su posesión en la prefectura del dicasterio: “¿Qué quiere que haga como Prefecto?”, preguntó Sarah. La respuesta fue nítida: “continúe implementando la reforma litúrgica del Vaticano II”.
Que es lo que ni Sarah ni otros cardenales han entendido como prioridad; para ellos la dignidad del rito y su universalidad dependen de que la misa se celebre en latín.
Autonomía bajo sospecha
Al exigir la implantación de la reforma litúrgica del Concilio, Francisco les da a los idiomas locales y a la tarea de las conferencias episcopales una autonomía que los curiales romanos siempre miraron con sospecha.
Pero, además, la concentración en el rito, de este cardenal y de cuantos desconfían del Vaticano II, hace volver a san Pablo: “no os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que esos sacrificios son los que agradan a Dios” (Hebreos 13, 16).
Al contrario de lo que pensaban sacerdotes, levitas, fariseos y maestros de la Ley, Jesús “no instituyó ningún ritual”, recordó el teólogo José María Castillo, de donde concluye que el rito, aunque importante, es secundario.
Cuando en el avión papal de regreso de alguna de sus visitas, un periodista le preguntó a Francisco sobre la polémica de la comunión de los divorciados, el Papa no quiso disimular su impaciencia. Un asunto secundario se veía en la primera línea de la agenda del periodista. Detrás de esa reacción papal se puede encontrar una larga lucha de Francisco para que se imponga un orden de prioridades que le dé el primer lugar a lo realmente importante.
Al denunciar la práctica de sacerdotes que no bautizan a los hijos de parejas no casadas, destacó el escándalo que esa estrechez de criterios produce en la feligresía, pero sobre todo el olvido de lo esencial por apego a lo secundario, en este caso algún inciso del código de derecho canónico.
Igual subordinación de lo esencial se pudo leer en el escándalo que siguió al lavatorio de pies que hizo Francisco en el que figuraron dos mujeres, una de ellas musulmana. Las reacciones fueron reveladoras: la actitud patriarcal de exclusión de las mujeres se agazapó detrás de la queja: “es solo para varones”, “por la confusión litúrgica que representó la presencia de las mujeres”. Esa intangibilidad de la norma había sido alegada cuando la bendición urbi el orbi de Francisco no fue impartida en diversidad de lenguas. Los críticos lamentaron que el fuera “el primero en olvidar las rúbricas del rito romano”. En la polémica por la comunión del divorciado se alegó que “no es coherente con la voluntad de Dios”, que “cuestiona la ley divina”, que es “atentado contra la fe”, que “contradice la doctrina sobre los sacramentos del matrimonio y de la eucaristía”.
Espíritu de libertad
Otras veces el Papa ha tenido que defender el orden de las prioridades en temas más sensibles. Ocurrió con la Academia Pontificia por la vida, en donde imperaba un entusiasmo bélico de cruzados, para impedir “cualquier clase de experimentos con óvulos, embriones, fetos, recién nacidos” que correspondía al agresivo juramento de servidores de la vida. Francisco les recordó la prioridad, que no era exclusión: estudiarían y defenderían el cuidado de la dignidad de la persona humana. Y así quedó en la nueva fórmula de juramento.
No es casual la semejanza de estos episodios con los que registran los evangelios en que sacerdotes y fariseos le reprochan a Jesús el incumplimiento de las normas de la Ley. ¿Recuerdan el pasaje de los discípulos que en sábado molían entre sus dedos las espigas de trigo?
Francisco ha debido recordar el espíritu de libertad con que Jesús, nada esclavo de las rúbricas, aplicaba con inteligencia y buen sentido los mandatos de la ley.
Seguirán otros episodios parecidos al del cardenal Sarah, empeñado en mantener la actitud preconciliar sobre las celebraciones litúrgicas, y cada vez será evidente que un cambio en la Iglesia tendrá que ver con este orden de prioridades.
- En la Iglesia se seguirán desmontando estructuras y mentalidades de poder, en beneficio de una actitud de servicio. Cualquier reforma litúrgica será en servicio de la feligresía, no una manifestación o consolidación del poder clerical.
- La gran prioridad no serán las doctrinas ni los códigos, sino el ser humano, sobre el más débil y sufriente.
Como si tuviera un anticipo de lo que sería su tarea, Francisco comentó antes del cónclave que veía a Jesús encerrado en la Iglesia y quería salir.
Su consigna de Iglesia en salida, su imagen de una iglesia samaritana, ocupada, ante todo, de las heridas del hombre de hoy, explican por qué se ha propuesto, como núcleo de su actividad pastoral, hacer ver que siempre hay un orden de prioridades que debe orientar la evangelización.