Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Ay, los obispos españoles se empeñan, en una decisión muy respetable, en no sacar nota alguna ante las elecciones del 10-N. Lo tienen muy hablado, por más que ante cada cita electoral siempre haya quien les agite la muleta para ver si entran al trapo. Quien quiera saber lo que piensan, que abran las memorias de Cáritas o el Informe FOESSA. Ojo, escuece.
El único inconveniente es que, ante su silencio, sean otros los que hablen por ellos, creyéndose los guardianes de las esencias de la fe. Sucede mucho en los últimos tiempos, donde la reflexión está en cuarentena. Así, te puedes encontrar con políticos que lo mismo se erigen en defensores de la concertada y les explota la incoherencia al primer nombramiento, que te ponen a la mínima unos sacos terreros alrededor de las iglesias para protegerlas de las hordas.
Luego están los que, en un remake grotesco de la famosa secuencia de La rosa púrpura del Cairo, al apagarse las luces del cine parece salir de la pantalla una pandilla de provocadores que, al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, boicotean una película donde se habla de razón y sinrazón. Ellos, claro, hablan en nombre de la última y la rebozan, además, con religión, con la cual está la mezcla perfecta para seguir ahondando en el prejuicio y la asimilación.
Todos ellos, y los que llegarán estos días desde otras coordenadas, deberían tomar en consideración la receta que el papa Francisco tiene para los políticos de todo signo, y que hace unos días aconsejó para los nuestros el secretario del Episcopado, Luis Argüello: escucharse, reconocerse, nombrar los desacuerdos y razonar para deshacerlos. Cuando no se es capaz de esto, es que fallan otras cuestiones. Y ahí los obispos tienen poco que aportar.