Las tribulaciones de los hacedores de santos


Compartir

mural

Como sucede con los textos oficiales, este es un párrafo insípido, sin calor y sin vida. Dice que monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado “por haber hecho las obras que Jesús nos manda para con el prójimo”. Es lo más que se atreven a decir los curiales romanos después de un largo tiempo en que habían callado, “dicen que por prudencia”, anotó con leve ironía el papa Francisco.

Los prudentes funcionarios vaticanos estaban perplejos: ¿a monseñor Romero lo asesinaron por motivos políticos? ¿O porque los asesinos vieron en él un peligroso comunista? ¿O por odio a la fe?

No es difícil imaginar los arduos debates de estos ilustrados jueces eclesiásticos: lo acusaron de comunista y por eso el mayor Roberto D’Aubuisson le pagó mil colones al asesino que hizo un solo disparo mortal, cuando el arzobispo celebraba en la capilla del hospital La Divina Providencia.

¿Odio a la fe u odio al comunismo?, fue la pregunta que hizo prudentes a los ilustrados funcionarios.

¿Alguno recordó que en los comienzos de su arzobispado en San Salvador había sido asesinado el padre Rutilio Grande, el más cercano a monseñor Romero, también clasificado como comunista?

Si alguien hubiera preguntado (¿lo preguntaron?) por qué los acusaban de comunistas, es probable que hubieran entendido que en estos países latinoamericanos es usual que se llame comunista a quien hace suya la causa de los pobres. Siguiendo esa lógica, el mayor D’Aubuisson y su partido, Arena, habían clasificado a monseñor Romero y al padre Grande como peligrosos comunistas que debían ser silenciados.

Si en esos debates curiales alguien trajo esto a cuento, debió recordar que en el momento de su  muerte, la de monseñor Romero era la única voz en El Salvador que denunciaba los abusos del Ejército y del Gobierno y que abogaba por los derechos de los campesinos. Lo sabíamos los periodistas que resultamos yendo a la misa del domingo porque el arzobispo se había convertido en la más fiable y libre fuente de información en su homilía difundida por la radio. ¿Por eso los políticos y los militares lo vieron como comunista? ¡Honor gratuito que le hicieron al partido y lápida que le colgaron al arzobispo!

La pobreza es un asunto teológico desde que Jesús se identificó con los pobres

En este momento de sus sesudas reflexiones los curiales no lograban ver la relación que pudiera existir entre esas acusaciones y el odio de la fe.

Por eso había que proceder con prudencia, la misma que indujo a Juan Pablo II durante su visita a El Salvador a visitar discretamente la tumba de monseñor Romero. Fue la parte privada de su programa.

A los hombres de Iglesia se les ha dificultado ver más allá de los mártires de los primeros siglos y de los que, como ellos, han sido víctimas de anticristianos y anticlericales. Es una limitada visión autorreferencial en que el odio de la fe tiene la dimensión de odio a la Iglesia o a sus ministros.

Sin embargo, los mártires de nuestro tiempo “tienen una singularidad y amplitud que es necesario mirar de otra manera y del modo más preciso posible”, anota Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, quien recuerda al periodista armenio Hrant Dink, muerto por revelar la masacre del pueblo turco durante la II Guerra Mundial, (¿odio de la fe?) y a Annalena Tonelli, voz y compañía para gentes pobres asoladas por pandillas juveniles de drogadictos armados en Somalia (¿odio de la fe?). Recordando con el papa Juan Pablo II los seis millones de judíos muertos en la II Guerra Mundial, el escritor francés André Frossard le preguntó: ¿serían seis millones de santos más? Y él respondió: Sí.

No es que la Iglesia se haya hecho elástica para declarar santos y mártires, lo que crece es la múltiple manifestación de la gracia en los humanos y la sensibilidad de la Iglesia para percibir lo santo.

Cuando los curiales (es una benévola suposición) cayeron en la cuenta de que hacer causa común con los pobres, humillados, abusados, violentados y excluidos como ceros a la izquierda, es la más pura expresión del espíritu de la Iglesia para quien la opción preferencial por los pobres, más que un mandato, es su razón de ser, y que esa opción ofendía a los poderosos de El Salvador, desapareció la primera parte de la dificultad: el asesinato no había sido asunto político; se pretendía silenciar la voz de un defensor de los pobres. Pero eso, ¿era odio a la fe?

Tal fue la última dificultad que debió resolver alguien, o el Espíritu Santo, al hacerles ver que la pobreza, más que asunto social, económico o político, es cuestión teológica porque Jesús se identificó con los pobres y necesitados al insistir: “si a ellos, también a mí me lo hicisteis”.

Con monseñor Romero beatificado y canonizado se abrirá un nuevo camino en los procesos de canonización y en el pensamiento de la Iglesia. La opción por los pobres se liberará de la sospecha de izquierdismo porque será cada vez más claro que es así como Dios y su amor se hacen presentes en el mundo

El insípido párrafo curial, por tanto, cobrará vida cuando diga que a monseñor Romero lo asesinaron por su amor a los pobres en quienes alienta el Dios vivo, y que atentar contra los pobres es una forma del odio a la fe.