Leo con curiosidad el título de un artículo publicado en Filipinas por el P. Ramil Marcos, ex-secretario del Cardenal Sin, que fue arzobispo de Manila. Lo publicó en la página web de la ‘Catechetical Foundation of the archidiocese of Manila’: “¿De verdad hay catequistas en el cielo?”. Aun siendo una pregunta retórica me llama mucho la atención que alguien se pueda plantear la cuestión. A poco que se conozca la vida normal de las parroquias en cualquier lugar del mundo, se sabe que sin duda hay muchos y muchas catequistas –innumerables– que merecen el cielo, y tantos ya lo habrán alcanzado.
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En realidad, la mayoría son mujeres, por lo que podemos decir que la labor de transmisión de la fe en la Iglesia está en grandísima parte en manos de las mujeres.
El abajo firmante, que ha sido párroco por bastantes años, no puede por menos que reconocer el papel fundamental de las catequistas en una comunidad parroquial, su labor abnegada, muchas veces con gran sacrificio y tantas otras sin el reconocimiento que merecen. Son una multitud de evangelizadoras discretas, que perseveran año tras año, incansables. Sin duda la mayoría de ellas se ganan un trocito de cielo cada semana con los niños y los jóvenes, con las familias, con la animación de algunas misas parroquiales, con reuniones… Tiempo dedicado gratuitamente por amor a Dios y para el bien de la iglesia.
El artículo del P. Ramil Marcos tenía ese título provocativo precisamente para hablar de una catequista extraordinaria que la diócesis de Manila ha propuesto recientemente como candidata a los altares, una mujer sencilla que dedicó su vida a transmitir la fe que había recibido y que daba sentido a su existencia. Se trata de una más entre otras muchas que podrían ser propuestas como ejemplo, pero por su vida fuera de lo común merece la pena conocer un poco mejor a Laureana Franco, más conocida como “Ka Luring”.
Nació en Hagunoy, Taguig, una localidad al sureste de Manila, el 4 de julio de 1936, siendo la mayor de ocho hijos. Se sabe muy poco sobre su infancia y su pasado familiar, pues nunca, o al menos rara vez, hablaba de asuntos personales, salvo con algunos amigos muy cercanos. Aunque eran pobres, sus padres intentaron inculcarles a sus hijos el valor de la oración y la importancia de la vida de fe, rezaban juntos en familia todos los días el Ángelus y el rosario desde que los niños eran pequeños. Laureana vivió una vida sencilla y común, lejos de las complejidades y los atractivos de este mundo.
Bien joven entró a formar parte la Legión de María parroquial, donde desarrolló una profunda devoción a la Virgen María, cuya raíz estaba en su familia, como hemos dicho. Como miembro de la Legión de María, le preocupaba mucho que en Filipinas en aquellos tiempos la catequesis no formara parte del apostolado regular de la parroquia y que nadie enseñara catecismo a los niños, tanto los matriculados en la escuela pública como a los jóvenes que no asistían a la escuela. Por ello, solicitó y recibió permiso para impartirles clases de catecismo los sábados, no pensemos a una catequesis muy elaborada en sus técnicas y contenidos como hoy conocemos, sino simplemente eso, transmitir la fe a través del catecismo. Impartía las clases a la sombra de los árboles, después de la escuela, enseñaba a los niños sobre Dios, la Biblia, la Iglesia y los santos con gran entusiasmo.
Laureana comenzó su labor como catequista en la parroquia de Santa Ana, Taguig, y luego en la parroquia de San Miguel en Hagunoy, también en Taguig, donde residía. Se levantaba a las cuatro de la mañana para prepararse para una jornada completa de trabajo: asistir a misa y rezar, enseñar catecismo en las escuelas públicas, preparar materiales didácticos y atender las necesidades de los pobres. Tras una jornada llena de actividad, se retiraba a su casa a dormir y prepararse para la labor del día siguiente.
Excelente animadora
Por su pasión y experiencia en la catequesis, se convirtió en excelente animadora y ejemplo para los nuevos catequistas en la vida de oración, enseñanza, servicio al pueblo, amor a los pobres y fidelidad a las enseñanzas y misión de la Iglesia. Incluso seminarios y congregaciones religiosas acudían a ella en busca de su ayuda para acompañar a sus seminaristas y candidatos en el apostolado catequético. Gracias a esto, muchos sacerdotes y religiosas conocieron a Laureana y se sintieron inspirados por su pasión y dedicación al ministerio. Otra de las tareas a la que se dedicó como catequista fue reclutar seminaristas que quisieran dedicar algo de tiempo a la catequesis en las escuelas públicas. Leemos en su biografía que era muy paciente con ellos y los seminaristas, por su parte, aprendieron mucho de la experimentada catequista. Estos seminaristas se convertirían más tarde en sus amigos sacerdotes y ella acudía con gusto a sus ordenaciones.
En 1969, Laureana tomó una decisión valiente y sin duda no fácil en su vida al renunciar a su trabajo como telefonista y auxiliar de contabilidad en la Fuerza Aérea Filipina. Invirtió la liquidación que recibió en los trabajos en inscribirse en un curso de formación de catequistas y solicitó ser catequista voluntaria al servicio de la archidiócesis de Manila. Al ser un trabajo de voluntariado, no recibía ninguna remuneración regular de la Archidiócesis, su decisión incluía vivir en pobreza voluntaria.
La decisión de ser catequista a tiempo completo, sin remuneración, fue una decisión radical. Hizo todo por su cuenta para llegar a fin de mes, mientras hacía lo que sentía que era la llamada del Señor, una auténtica vocación. Al principio, su misma comunidad no la comprendió porque dejaba su medio de vida. “Pensaban que estaba loca por renunciar a un trabajo bien pagado y seguro allá por los años 60 y gastarme toda mi liquidación para matricularme en un curso de formación de catequistas”, explicó en un reportaje del medio católico UCAN en 1995. “No podían entenderlo cuando les explicaba que era más feliz enseñando el catecismo a los niños”.
Con el tiempo muchos, finalmente se dieron cuenta de que no se arrepentía del paso que había dado, al contrario, era feliz con lo que algunos llamaban “locura”. Aunque nunca se arrepintió de la decisión, admitía que hubo momentos especialmente difíciles cuando le faltaban recursos incluso para desplazarse y prácticamente tuvo que mendigar para conseguir dinero para el transporte.
“Tú atraes”
A Ka Luring, como la llamaban cariñosamente todos, incluido el Cardenal Jaime Sin de Manila, nunca le preocupó no tener ingresos regulares ni pensión para vivir en los años venideros. Esta parecía ser su menor preocupación, a pesar de su propia pobreza. El prelado la apreciaba mucho y, de hecho, fue una de las dos únicas mujeres a quienes el Cardenal autorizó a ser ministras extraordinarias de la comunión, especialmente para los enfermos. Dedicó vida a la enseñanza del catecismo, especialmente a niños pobres que no podían costear una educación adecuada. Hizo todo lo posible por ayudarlos realizando obras de caridad para estos niños pobres a quienes les enseñaba catecismo. “Ka Lurin”, esta expresión familiar filipina es difícil de traducir, literalmente, sería “tú atraes”.
Ejercía un apostolado regular en una zona deprimida cerca de su casa, visitaba a los ancianos en sus hogares y los cuidaba con mucho cariño y compasión, como sus familias no lo habían hecho por ellos. Muchos la consideraban una verdadera amiga, era una persona con la que se podía conversar con gusto, no se cansaba de servir a la parroquia, la escuela, a los pobres, e incluso se esforzaba por ayudar a estudiantes universitarios indigentes. Solía solicitar fondos a parroquias y sacerdotes que colaboraban con fondos para ayudar a estos estudiantes. A pesar de su propia falta de recursos económicos, todas las donaciones pasaban por las manos de ella, llegando a sus respectivos beneficiarios.
Un sacerdote que la conoció en aquellos años como seminarista explicaba que era fácil verla en muchos actos de la diócesis, pero de modo muy diferente a otras:
“Normalmente, las señoras piadosas que gravitaban en torno a los sacerdotes y frecuentaban las invitaciones a actividades importantes de la iglesia pertenecían a los sectores acomodados de la sociedad. Llevaban el pelo recogido para parecer dignas y serenas. Llegaban pulcras e imperturbables en coches con sus propios chóferes y, a veces, también con su yaya. Estas mujeres relucían con joyas llamativas y desprendían aromas encantadores. No encontrarías a Ka Luring si la buscabas entre gente como esta.”
Y continuaba su descripción:
“Con su característica bandolera bien pegada al cuerpo, entraba con un paraguas y una toalla para secarse el sudor, sin preocuparse del pelo revuelto por el viento y el polvo. Sin embargo, bajo esa humilde apariencia se escondía una serena confianza para mirar a los ojos a los sacerdotes, conversar con cualquier seminarista, hablar con las autoridades y mezclarse con cualquiera. Tenía especial cuidado en saludar a la gente sencilla que encontraba a su alrededor. Y siempre aparecía con una sonrisa.”
Una oferta tentadora
Leemos que una de sus mayores pruebas llegó en 1983, cuando los misioneros de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (más conocidos como mormones) llegaron a su pueblo para reclutar catequistas para su iglesia, no cristiana. Ka Luring era, naturalmente, un blanco fácil, y se hallaba en un momento muy vulnerable. “Mi madre se estaba muriendo de cáncer y las facturas de su tratamiento se acumulaban”, recuerda. “Llegaron a nuestra casa el mismo día que celebraba mi cumpleaños con un sobre con 10.000 dólares estadounidenses”.
Los reclutadores le dijeron que, si aceptaba ser su catequista, le dejarían el dinero y le darían esa misma cantidad mensualmente para financiar un programa de catequesis para ellos y para ayudar a financiar el tratamiento de su madre. Con suavidad, pero con firmeza, se negó. “Les dije: Puedo engañarme a mí misma y puedo engañarlos haciéndoles creer que he cambiado de fe y dar catequesis por ustedes, solo por el salario. Pero nunca podré engañar a Dios, él sabrá la verdad”. Laureana no le contó a nadie sobre el encuentro, pero de alguna manera la noticia corrió por la parroquia y ella recibió apoyo de la gente y hasta el reconocimiento por su firme compromiso con la fe por parte de su párroco durante una homilía dominical.
A pesar de su edad y de que sus contemporáneos disfrutaban de la jubilación, continuó su trabajo en la parroquia de San Miguel Arcángel en Taguig y su misión de evangelizar a la gente. “Mi vida está dedicada a la iglesia. Casi no me quedo en casa. Me despierto a las 3:00 para hacer un poco de limpieza. Tomo un café y como un trozo de pan, y luego me preparo para ir a la iglesia”, explicaba ya en su edad madura.
Como hemos visto, gracias a la alegría y sencillez de Ka Luring, se ganó la amistad de muchos sacerdotes, a muchos de los cuales guió en su apostolado catequético cuando aún eran seminaristas. También mantuvo una estrecha amistad el Cardenal Sin, la sencilla catequista frecuentaba Villa San Miguel para visitar al Cardenal, y su presencia le traía alegría y paz. Le contaba historias y anécdotas sobre sus experiencias como voluntaria. A veces, era el Cardenal quien la llamaba a su despacho para hablarle de sus preocupaciones por la Iglesia y pedirle sus oraciones. El purpurado enviaba a algún sacerdote a buscarla y ella no tardaba en venir. Por su parte, Sin no escondía su confianza en el poder y la eficacia de la oración de esta humilde catequista.
Reconocimientos públicos
En diciembre de 1989, el Cardenal la llamó a su residencia. Le informó que había sido elegida para recibir una condecoración papal, la cruz ‘Pro Ecclesia et Pontifice’, por su servicio ejemplar como catequista laica. Sorprendida, dijo con humildad: “Denle el premio a otra persona, no puedo pagar la ceremonia ni la celebración”. Una vez más, escuchó lo insensata que era. “Mucha gente desearía un reconocimiento como este”, dijo el cardenal. “Te pertenece a ti por tu servicio a la Iglesia y a los niños. Danos esta oportunidad de agradecértelo”. Y la archidiócesis corrió con los gastos de la celebración.
Laureana recibió la condecoración papal el 1 de abril de 1990 en una ceremonia muy sencilla, propia de alguien cuyo compromiso constante y discreta personalidad no necesitan reconocimiento. Además de ser galardonada con la cruz ‘Pro Ecclesia et Pontifica’, también recibió la condecoración ‘Missio Canonica’ el 6 de octubre de 1999 de manos del Cardenal Sin; a estos reconocimientos siguieron el Premio Forward Taguig el 25 de abril de 2002 y el Premio Madre Teresa en 2002. Todos estos galardones se debieron a su destacada labor de catequización y ayuda a los marginados.
En su comunidad corrió la voz de que había recibido un premio en efectivo de 500.000 pesos filipinos junto con una de las condecoraciones. La gente desconocía que el dinero no iría a Ka Luring, sino a una fundación elegida por los organizadores y lo único que la catequista recibió fue la placa de reconocimiento. Pero de repente, la gente acudió a ella pidiendo ayuda, mientras que otros pedían crédito en tiendas de sari-sari, diciendo que la catequista se lo pagaría. Lo único que ella pudo hacer fue reírse, porque la gente parecía haber pensado que había ganado la lotería.
Despedida con los suyos
Después de años de lucha contra el cáncer, Laureana murió el 17 de octubre de 2011, a la edad de 75 años. Antes de su muerte, recibió la visita en el hospital de sus personas favoritas en el mundo: aquellas personas a las que sirvió y con las que sirvió: sus familiares, sus amigos, sus compañeros catequistas, hermanas religiosas, seminaristas, sacerdotes, obispos, el nuevo cardenal Rosales y, sobre todo, sus pobres más queridos. Uno de los sacerdotes que la visitaron al final de su vida, recordaba después:
“Todos los sacerdotes que acudieron al hospital aquel día tuvieron la oportunidad de hablar con Ka Luring. Ella recordaba claramente el nombre de cada uno de nosotros y personalmente, con voz débil, nos dio las gracias. Me alegré de que me reconociera. Cuando le aseguré que rezaría por su curación, me dijo que ella también rezaría por mí en el cielo. Qué hermosa promesa, un último gesto conmovedor de una persona que sabía lo que significaba dedicar su cuerpo y su alma a la santidad de las personas que conocía y cuidaba, por amor a Jesús.”
El 17 de octubre de 2020, en el décimo aniversario de la muerte de Ka Luring, el obispo Mylo Hubert Vergara, obispo de la diócesis de Pasig –que incluye su pueblo natal– anunció la apertura del proceso diocesano para la beatificación de Laureana, que inició en 2021 en coincidencia con la celebración del 500 aniversario del cristianismo en Filipinas.
Imagino que cuando Laureana Ka Luring llegase al cielo estaría encantada de saber cuántas catequistas gozan de la bienaventuranza eterna y, aún más, cuántas personas han llegado a la meta definitiva gracias a sus esmeradas catequesis.