VIERNES 27. Descansa en verano. Lo justo para seguir planificando cómo hacerse con el apellido “pontificia”. Fue de las pocas cosas que no pudo dejar atadas. Espinita que busca enmendar. Al tiempo.
SÁBADO 28. Museo Guggenheim de Bilbao. Muestra de la portuguesa Joana Vasconcelos. Esculturas gigantes. A golpe de objetos de la vida cotidiana. En una pequeña sala, una furgoneta de tres ruedas lleva en su maletero decenas de imágenes fluorescentes de la Virgen de Fátima. Cultura pop para denunciar el consumismo que impregna el hecho religioso. Abandono la sala. No es una sátira eclesial. El resto de la exposición también se impregna de un materialismo que todo lo atrapa. Todo.
DOMINGO 29. Misa en San Nicolás de Bari. Homilía. “Lo bueno o malo viene marcado por su naturaleza, no por lo que opinemos, aunque lo piense la mayoría”, reflexiona el celebrante, aludiendo a la democracia como consulta válida para sondear una opinión, pero no para definir la verdad. Reflexión más que oportuna, en medio de las oleadas de populismo que se justifican apropiándose del concepto “gente” y de un buenismo pernicioso que condena al que se sale del discurso complaciente simplemente para expresar lo que siente y piensa. Libertad acordonada.
MARTES 31. Pase para prensa del documental de Win Wenders sobre Francisco. Estrenado en el Festival de Cannes. En septiembre, disponible en las salas. Mucho jugo sacado para dibujar el perfil de Bergoglio. Sobre todo, para que el narrador desaparezca para dejar el primer plano a un Papa que clava la mirada sobre el espectador. Pero, muy especialmente, clava su palabra. Un titular tras otro que conmueven, que interpelan. Me quedo con lo inédito, con el pasado antes del cónclave. Una escena de 1999 del cardenal de Buenos Aires, en una pequeña marcha donde se ve a ese párroco que ahora habla desde Roma: “Les pido un abrazo, demos un signo a esta ciudad, un gesto de levadura y hermandad”. El abrazo que ahora ofrece a otras parroquias.