Llamar a las cosas por su nombre


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La sociedad occidental se caracteriza por intentar edulcorar la realidad, cuando no falsearla. De ahí los eufemismos en el lenguaje, la corrección en las formas (que no en el fondo), la evitación de algunos términos. Eso choca de forma frontal con la vida de una sala cualquiera en un hospital general. Como nos dijo en la primera clase el profesor de epistemología, “la realidad se impone”.



Más allá de subterfugios y filigranas lingüísticas, nadie puede hurtarse al escenario de la realidad. En el caso de un médico, en contacto con la enfermedad y la muerte, estas son las compañeras cotidianas. Al menos de los médicos clínicos (no, sin embargo, de aquellos que se dedican a la gestión, de los que nos separa un abismo casi siempre infranqueable).

Sin eufemismos

Eso sí, nos referimos a ellas sin dramas ni evasivas: a la enfermedad oncológica la llamamos cáncer, no “larga y penosa enfermedad”. La esquizofrenia y otras psicosis son enfermedades psiquiátricas graves y devastadoras, no “alteraciones del estado de ánimo y desequilibrios emocionales”. Afrontamos estas realidades tan penosas con todas las armas que poseemos, técnicas y humanas. Echamos mano de la compasión y la empatía en la medida que las poseemos, pero somos conscientes de que no podemos evitar los sufrimientos inherentes al enfermar y morir.

Por lo general, los médicos clínicos nos acostumbramos a hablar con pacientes y familiares de la forma más franca posible, intentando detectar cuánta información solicita o puede aceptar nuestro interlocutor. Pero no edulcoramos ni engañamos, no utilizamos nombres alambicados o rimbombantes, y mucho menos mentimos. Hemos aprendido que lo sano es llamar a las cosas por su nombre y que con la realidad casi siempre se puede vivir, hasta que llega el momento de morir.

Médico general

Un camino natural

Con palabras que se atribuyen a monseñor Romero, “como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección”. He aprendido que la muerte es la forma natural de terminar la vida, y no hay que tenerle miedo, sino afrontarla con la mayor entereza posible. Intentamos facilitar ese tránsito a una forma de existencia cuya naturaleza desconocemos, pero que esperamos en Dios como mejor que esta.

De cualquier modo, hace tiempo que acepté que la pregunta fundamental –tal como formuló hace algunos años María López Vigil– no era si había vida después de la muerte, sino si habría vida para muchas personas antes de la muerte. Vida digna, libre, plena.

“Al otro lado”

Cuando pasemos “al otro lado” –enunciado de Elisabeth Kübler-Ross–, nos preguntarán a cuánta gente ayudamos, a cuánta gente quisimos, por cuánta gente nos dejamos querer; no si tuvimos opiniones firmes o correctas, ni el lugar social que ocupamos, ni el rendimiento económico o el prestigio de nuestra vida aquí.

Todas estas reflexiones que emanan de mi vida como médico comparto hoy con ustedes, en esta calurosa tarde del mes de Agosto, al hilo del lenguaje que se utiliza para nombrar la realidad. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.