En unas elecciones generales en las que ha votado el 75,76% de su población con derecho a voto, y en la que el 69% de sus ciudadanos se consideran aún católicos, algo habrán tenido que ver esos creyentes en esa considerable movilización cívica. Y, por consiguiente, en el triunfo revigorizante de Pedro Sánchez y su hasta ahora menguante PSOE.
No se trata de arrimar ascuas a ningún lado, pero para el triunfo socialista parece evidente, siguiendo la misma lógica, que el voto católico ha sido fundamental. Lo decía hace unas semanas en esta revista Lorente Ferrer. “¿Son conscientes los católicos españoles de su enorme capacidad de influencia política?”. Según el sociólogo, “la importancia de su voto es determinante, ya que constituyen la mayoría social del país, el 69,1%, y sube al 73,0% entre los electores” del 28-A.
Pero hay más: según aquella encuesta de Vida Nueva, el 80% de los votantes socialistas son católicos. Y ese partido es el único que cuenta con una corriente interna de cristianos, habiendo tenido que resistir, contra viento y marea, los embates de sus correligionarios más sectarios.
Pienso en ello mientras reparo en los comentarios en las redes sociales sobre la foto de las monjas votando –la más buscada siempre en cada convocatoria electoral–, algo con lo que muchos concretan la presencia del hecho católico en cada elección, sin reparar en que, si de momento España ha esquivado el auge de la intolerancia, es por el papel de los católicos, monjas incluidas.
A Sánchez se le ha dado una nueva oportunidad, más que por méritos propios, por deméritos de sus contrincantes. Le han dicho –sí, muchos católicos entre ellos– que la mayoría del país no quiere la polarización, la confrontación ni los radicalismos. Tampoco de izquierdas. Ahí está el descalabro de Podemos. ¿Será capaz de entender Sánchez, a la tercera, que ha de gobernar para todos y no ver una tara en quienes tienen fe?