Hay una versión, si cabe más peligrosa que el “mi-me-conmigo” que es el “nosotros-nos-con nosotros”. Creo que llega a ser más peligrosa justamente por eso, porque en la primera persona del plural pareciera que somos menos egocéntricos. El grupo nos ampara, sea cual sea ese plural. Y, a veces, incluso nos devuelve una imagen personal revalorizada porque hemos sido capaces de renunciar a los propios intereses y nos hemos entregado desinteresadamente al bien del partido, de la comunidad, del grupo, de la familia, de la empresa…
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En definitiva, me da la impresión que algunos excesos que rechazaríamos individualmente (exhibicionismo, egocentrismo, falta de madurez, inmoralidad, superficialidad…) los tragamos corporativamente como si nada. Colamos camellos por el ojo de una aguja (cf Mt 23,24).
Esa fuerza del “grupo” que genera manadas indeseables o que oculta desmanes del propio gremio bajo el llamado “corporativismo” es tan antiguo como el ser humano, parece ser. Pero quizá en momentos de globalización como el actual y con tanta movilidad vital y facilidad de conocer lo que está pasando al otro lado del planeta, podemos caer más en cuenta de esta paradoja. Puede que vivamos en una etapa histórica donde se ensalza hasta el extremo la autonomía y libertad personal y, sin embargo, al mismo tiempo, casi todo es capaz de pedirse por el bien del “nosotros”.
Mezclarse y abrirse a otros
Más aún, este “nosotros” parece ser cada vez más local, menos universal. Tiene lógica, porque cuanto más plural y amplio sea el grupo de referencia, más fácil es que no haya un único modo de pensar, ni de votar, ni de trabajar, ni de rezar, ni de opinar, ni de vivir. Y si el objetivo es la cohesión y ensalzar la identidad y la pertenencia, aun a cambio de la propia autonomía, todo lo que sea mezclarse y abrirse a otros, se vive como amenaza.
No es una novedad. El “nosotros” como identidad que suplanta lo personal no es nuevo. Está en todo movimiento dictatorial o de manipulación de conciencias, da igual la ideología que lo alimente: nazi, comunista, liberal… no importa. Hay ejemplos vivos de todos ellos, por desgracia. Me pregunto si no nos estará pasando algo similar en la Iglesia y en los diversos grupos e instituciones eclesiales. Me pregunto si admitimos “pulpo como animal de compañía” a cambio de no ser señalados o expulsados del juego y nos quedamos tan tranquilos. Me pregunto si la fraternidad universal, queriendo hacerla concreta, no está transmutándose a un “nosotros-nos-con nosotros” en un despliegue de nuevos logos localistas (a veces incluso distintos del logo global, cuando lo hay) y estrategias de comunicación para cohesionar a los miembros frente al de “fuera” más que para anunciar el Evangelio.
Me conformaría con que no permitiéramos al “nosotros” de referencia (parroquia, congregación, ONG, partido político) lo que rechazamos en las personas individuales: mentiras, faltas de transparencia, mediocridad, avaricia, egocentrismo, provocaciones…
Porque, además de ir dejando heridos a los lados del camino, el deterioro común es la consecuencia más clara. Y ahí perdemos todos. En un mundo donde lo habitual es pedir la independencia y fijar las diferencias con el otro, es buena noticia que Don Benito y Villanueva, dos grandes pueblos extremeños, hayan votado para unirse en una sola población. ¡Gracias! No es poca cosa estar dispuestos a dejar atrás el nombre “de toda la vida” sin miedo a perder con ello la identidad y el futuro, sin sentir que están traicionando a quienes les precedieron y a quienes vendrán. Igual hay ocasiones en que no anteponer lo “nuestro” sea la mayor expresión de fidelidad a lo que profundamente somos juntos.