No es algo de lo que esté especialmente orgullosa, pero me reconozco bastante limitada en el ámbito del arte. Como para casi todo, también para tal ignorancia tengo el pretexto de haber tenido una formación de ciencias en el colegio (eso que se llamaba “ciencias puras” en BUP). Está claro que solo es una excusa que, además, combina mal con mi incapacidad para retener en la memoria mucho de lo que escucho, veo o leo. Aun así, no deja de asombrarme la capacidad humana para generar belleza y hacerlo, además, por puro amor a ella. Y es que el arte tiene algo de gratuidad. Es lo que apuntaba un amigo cuando, el otro día, visitábamos la colegiata de Ronda, en Málaga. Al contemplar la nave principal desde lo alto de las cubiertas, se podía apreciar las filigranas en la piedra que, aun siendo imposibles de ver desde una perspectiva normal, están esculpidas con todo detalle.
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Cuidar los detalles
Resulta especialmente contracultural en nuestro contexto, que si no se muestra en redes sociales, es como si no lo hubieras experimentado, ese empeño meticuloso de los artesanos de otras épocas por esmerarse en cuidar incluso los detalles que no estarían nunca a la vista. Y me brota preguntarme si vivir en creyente no tendrá que ver con hacer lo mismo que esos artistas anónimos, de manera que prestemos la misma atención a lo pequeño como a lo grande de nuestras rutinas, haciendo con amor también lo que pasa desapercibido y velando por aquello que se escapa de la mirada habitual. Eso sí, con la certeza creyente de que nada hecho con amor se pierde en el corazón de Dios.
Quizá nuestra tarea pendiente sea hacer ese aprendizaje que hizo el profeta Samuel cuando fue a ungir a David: asumir que nosotros vemos solo lo evidente, pero que acompasar la mirada al modo divino supone fijarse en el corazón, donde se esconden las motivaciones y las búsquedas (1Samuel 16,7). A lo mejor esta ceguera para reconocer las pistas el amor en diminutivo es de la que más necesitemos ser sanados. No me extrañaría que hacer el camino cuaresmal pueda consistir también en intuir cuánto de la existencia nos jugamos en poner mucho amor en lo pequeño y hacerlo, además, a fondo perdido, porque es valioso en sí, luzca o no luzca, se sepa o no. Cuando Dostoievski dijo eso de que “la belleza salvará el mundo” ¿se referiría a esa oculta gratuidad de quienes esculpieron filigranas donde nadie las vería?