He escuchado en los últimos meses hablar de la necesidad de pacificación y reconciliación en la sociedad mexicana, hemos visto todo tipo de opiniones al respecto: “perdón pero no olvido”, “los criminales deben de ir a la cárcel”, “amnistía para los delincuentes”. Honestamente creo que hay un riesgo si no se comprenden los alcances de palabras tan profundas, perdiendo así la oportunidad de reconstruir el tejido social fragmentado que la violencia y la conflictividad han provocado en México, por eso he querido presentar algunas ideas de lo que significa la reconciliación para la fe cristiana.
La reconciliación para la fe católica tiene bases muy claras
El término reconciliación del latin ‘reconciliare’ ha sido objeto de una evolución importante desde el campo mismo de la justicia restaurativa y transicional. No libre de críticas, se ha dicho que la reconciliación sacrifica la justicia; algunos otros afirman que la complementa; mientras hay quienes consideran que es una alternativa de la misma. Los procesos de paz que se han emprendido en muchos países que sufrieron una guerra civil, dan cuenta que el uso del término trae consigo una invariable fuente religiosa que ha estado acompañada de la fuerte presencia de figuras religiosas desde Timor- Leste, Guatemala, Chile, El Salvador y Sur África, en figuras como el arzobispo Desmond Tutu. Los científicos sociales Ellen Lutz y Kathryn Sikkink llaman a esta inclusión del término en la década de los 80’s y 90’s en el mundo de la política “cascada de justicia” para referirse al auge de la construcción de procesos de paz que gana la institucionalización de mecanismos como las Comisiones de la Verdad y los Tribunales especiales.
La reconciliación en el campo académico es todavía intensamente discutida, pero para la fe católica tiene bases muy claras. Qué mejor narrativa que la historia que nos presentó el Evangelio del pasado domingo mejor conocida como la Parábola del Hijo Pródigo:
“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado… Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus servidores: ¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies”. (Lucas 15, 11-32)
San Juan Pablo II siendo Papa escribe en 1984 una exhortación apostólica llamada ‘Reconciliatio et paenitentia’, en donde destaca de la anterior parábola que “la acogida festiva y amorosa del padre al hijo que regresa es signo de la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar. En una palabra: la reconciliación es principalmente un don del Padre celestial”. Así la Iglesia tiene en su misión la de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, dos realidades íntimamente unidas. De ahí que para la Iglesia la ‘reconciliación’ está estrechamente relacionada con la conversión del corazón. Es importante entender que esta estrecha conexión interna viene a unir conversión y reconciliación. Para esto, resulta clave el reconocimiento del pecado personal y social. Entonces, la conversión pasa por el arrepentimiento y la penitencia. Esta última busca cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón.
La reconciliación restablece la relación con Dios, pero también con el prójimo
En resumidas cuentas, los cristianos están llamados a perdonar, como la manifestación más clara de la misericordia de un Padre que busca de sus hijos la reconciliación. El perdón tiene doble vía, ya el papa Francisco lo ha recalcado en una de sus homilías:“Si tú no sabes perdonar, no eres cristiano. Serás un buen hombre, una buena mujer… Pero no haces lo que ha hecho el Señor. Y también: si tú no perdonas, no puedes recibir la paz del Señor, el perdón del Señor. Y cada día, cuando rezamos el Padrenuestro: ‘Perdónanos, como nosotros perdonamos… Es un condicional”.
La reconciliación para quienes profesan la fe cristiana restablece la relación con Dios, pero también con el prójimo. La reconciliación debe comprenderse como la capacidad que tiene el ser humano de recuperar el vínculo de amistad que se ha perdido entre los mismos iguales, reconciliación como la capacidad de volver a unir, de volver a construir, de volver a buscar el bien común al que todos estamos invitados a participar. Esta es una noción ética, teológica y espiritual que no busca de manera alguna sustituir la idea de justicia civil, más bien la enriquece y complementa. Debe comprenderse que la reconciliación implica una elección personal del individuo, se arraiga en la convicción de estar arrepentido, querer otorgar el perdón y querer recibirlo, para convertirse después en actos de misericordia que pueden o no ser públicos. De ahí que los procesos de justicia restaurativa, por ejemplo, son procesos en los que pasa mucho tiempo para que víctimas y victimarios puedan encontrarse personalmente.
En verdad que la reconciliación es un tema que conlleva una fuerte connotación religiosa, y no ha sido casualidad que muchas figuras vinculadas a la Iglesia, religiosos y laicos hayan sido una voz pionera que ha promovido la reconciliación en sus comunidades y países. El mosaico de opciones incluyen hoy la pastoral penitenciaria en los centros de reclusión, los proyectos de memoria histórica y verdad hasta la institucionalización de la Pastoral de Justicia, Paz y Reconciliación.
No debería entonces sorprendernos que desde el ámbito político cuando se habla de reconciliación, paz y perdón todavía existan muchas indefiniciones. ¿Reconciliarnos socialmente, cómo? ¿Qué implica para una víctima otorgar el perdón y para un victimario recibirlo? ¿Cómo restaurar el vínculo de confianza entre grupos sociales tras un conflicto? ¿Todas las injusticias y las faltas deberían perdonarse? Hoy probablemente tenemos la oportunidad como Iglesia Mexicana de contribuir a la definición de un proyecto de reconciliación de mayor alcance, nuestra voz se debe oír más fuerte.