Terminó el pasado domingo, y sin espectaculares reseñas en medios religiosos, la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. No se trató de las habituales reuniones que tienen los representantes de obispos latinoamericanos ni, muchos menos -pues el Papa indicó que todavía no era tiempo- de las magnas Conferencias Episcopales de América Latina, que hasta ahora han sido Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), y de las que han surgido motivantes documentos para la evangelización en nuestras tierras.
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La reunión, realizada bajo la modalidad de lo que hoy llamamos “híbrida”, contó no solo con los asiduos personajes que le dan lustro: cardenales de varias partes del mundo, arzobispos y obispos, sino con una multitud de fieles que presencial y virtualmente aportaron sus visiones sobre la Iglesia católica. La dinámica se inscribió en el horizonte de consulta que quiere promover el Sínodo sobre la Sinodalidad, ya en curso en todo el mundo.
Poca difusión obtuvieron los 12 desafíos pastorales que surgieron de este cónclave latinoamericano, por lo que me permito enumerarlos:
- Reconocer y valorar el protagonismo de los jóvenes en la comunidad eclesial, y en la sociedad como agentes de transformación.
- Acompañar a las víctimas de las injusticias sociales y eclesiales con procesos de reconocimiento y reparación.
- Impulsar la participación activa de las mujeres en los ministerios, las instancias de gobierno, de discernimiento y decisión eclesial.
- Promover y defender la dignidad de la vida y de la persona humana desde su concepción hasta la muerta natural.
- Incrementar la formación de la sinodalidad para erradicar el clericalismo.
- Promover la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, política, social y eclesial.
- Escuchar el clamor de los pobres, excluidos y descartados.
- Reformar los itinerarios formativos de los seminarios, incluyendo temáticas como ecología integral, pueblos originarios, inculturación e inculturalidad, y pensamiento social de la Iglesia.
- Renovar, a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II, nuestro concepto y experiencia de Iglesia Pueblo de Dios, en comunión con la riqueza de su ministerialidad, que evite el clericalismo y favorezca la conversión pastoral.
- Reafirmar y dar prioridad a una ecología integral en nuestras comunidades, a partir de los cuatro sueños de la “Querida Amazonía”.
- Propiciar el encuentro personal con Jesucristo, encarnado en la realidad del Continente.
- Acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa de la vida, la tierra y las culturas.
Estos desafíos pueden quedarse en buenas intenciones, lugares comunes o aportes técnicos elaborados en las mesas de los expertos. O bien, convertirse en aguijones que impacten en nuestras personas y comunidades: de nosotros depende.
Pro-vocación
Era imposible que el papa Francisco, pisando suelo griego, no acudiera a los clásicos. Así ha sido. En su visita al Palacio Presidencial de Atenas no solo se refirió a la literatura helénica, no únicamente repasó la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, sino que también recordó los valores de la democracia aparecidos en ‘La República’ -Platón dixit-, ante el impulso de los populismos en el mundo.