Un pronóstico tantas veces repetido que suena a predecir el pasado, dice que dentro de veinte años la mitad de los trabajos de la gente no habían existido en la actualidad. Es posible, pero lo que a mí me preocupa sobre todo es si las bandas infantiles de cazadores de gatos seguirán corriendo por la noche de las calles.
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En el norte de Malí, uno de los países más pobres del mundo, hay una tradición de pandillas de niños entre seis y doce años que se dedican por las noches a la caza de gatos, armados con garrotes o haciendo uso de cajones tramperos en los que introducen cebo de cordero y cierran gracias una cuerda cuando el animal entra. Otras pandillas cazan con perros. Los atrapan, despellejan, cocinan y venden sus pieles, que cuelgan de los cables tendidos de unos postes a otros.
Durante el día asisten a la escuela y al anochecer los niños se organizan para la caza, que no solamente es un medio de vida, sino que tiene también una función ritual iniciática. Es una actividad generalizada. El poeta de Tombuctú, Sane Chirfi, encontró una vieja trampa de gatos cuando murió su tío abuelo con más de ochenta años y cree que “es imposible encontrar a alguien en la ciudad que no haya cazado gatos cuando era niño” (AFP, 2022).
La diferencia es que mientras que antes solamente se cazaban los gatos callejeros, ahora los niños roban y matan los gatos domésticos, aunque siempre en vecindarios ajenos.
No se recuerda cuánto tiempo hace que niños recorren los callejones tras los gatos, pero sí que generaciones atrás uno en África dejaba la niñez buscando encontrarse con leones. Iban tras ellos siendo niños y regresaban hombres. Ahora los guerreros son carniceros callejeros que desuellan y venden a quien no puede permitirse pollo o terneros. Hay tantos cazando que los gatos libres han desaparecido y ahora las únicas bandas callejeras son de niños.
Cazar gatos aparece como un rito de iniciación por el que cada niño se convierte no en guerrero sino en matarife. Están varios componentes: la noche, lo pasajes de los callejones, los maestros cazadores, interactuar en el mundo adulto vendiéndolos sin dejarse engañar e imponiendo los precios. Es una iniciación no a las leyendas del pasado, sino a los mercaderes del futuro. El capitalismo se inyecta en las venas de la conciencia desde sus múltiples terminales y, decididos a continuar el negocio, roban los gatos de las casas, pero no a sus vecinos, sino en otros barrios. Esta industria nocturna es el revés de la escuela diurna, otra escuela donde comienzan a ser lo que sus padres ya son. Por las rendijas del hipercapitalismo siempre habrá niños perdidos cazando gatos, como los niños perdidos del País de Nunca Jamás.
Referencias
- AFP (2022). On the prowl: Mali child cat hunters honour age-old tradition. France 24, 13 de enero de 2022.