En un mundo que nos empuja a avanzar, a correr, a producir y a tener una mirada focalizada para lograr nuestros objetivos, parece contracultural y hasta absurdo parar y contemplar lo que nos pasa, lo que sucede a nuestro alrededor y toda la vida que nos abraza. El tiempo de vacaciones en el hemisferio sur es un buen aliado para ejercitar una mirada “de copa” que se abra al universo y su diversidad, pero nunca pensé que se podían salvar vidas al practicar esta forma de vincularnos con la realidad.
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Más allá de lo simbólico, detenerse puede dar frutos también en un sentido literal… Miraba al horizonte en el mar, en un día lindo pero azotado por un viento que sacaba crestas albas en el océano, sin que nadie las pudiera encumbrar. En eso estaba, cuando vi un color naranja intenso que desentonaba en el azul y me detuve a mirar. Me ayudé de un pequeño telescopio y vi que se trataba de una pareja en un kayak, que estaba a punto de morir ahogada. Las corrientes los habían arrastrado a alta mar. Sin esperar ni un segundo, llamamos a la Guardia Costera y, en cuestión de minutos, un helicóptero logró despegarlos de las aguas y alzarlos en un arnés. Parecían pulgas arrebatadas de la muerte a segundos de zozobrar. Más tarde supimos que la llamada fue crucial. Unos minutos más y la hipotermia habría dado otro final.
Una llamada definitiva
La vivencia nos dejó conmovidos y nos invitó a reflexionar. ¿Qué hubiese pasado con ellos si no le hubiéramos dado importancia al punto fosforescente que subía y bajaba en las olas? ¿Qué hubiese sucedido si no hubiéramos llamado a la Guardia para rescatar? ¿Qué hubiese pasado con esa pareja y sus familias si hubiéramos seguido priorizando nuestra agenda y necesidad? Si así logramos salvar dos vidas, ¿cuántas más estamos dejando atrás por solo trabajar?
Pongamos la mirada en la vida personal. No somos solo máquinas de trabajar. Debemos equilibrar los tiempos de ocio y negocio para que nuestra vida dé frutos amorosos que otros puedan sentir y gustar. Se trata de detenernos para exprimir cada día, llenándolo de rostros, gestos, vivencias con sentido, imágenes, sonidos, risas, lágrimas que nos hagan más humanos y libres de la imagen y del hacer delirante que no nos permite disfrutar. Detenernos de verdad en la vida de los que nos rodean también es primordial. Más allá de lo funcional, de lo higiénico, preguntarnos realmente cómo acompañarnos y expresarnos gratitud y ternura en cada respirar. Quizás un silencioso abrazo ayuda a conectar con lo esencial.
La vida de los demás
Alrededor nuestro hay demasiadas personas “montadas en kayak” zozobrando en un océano de preocupaciones, dolores, deudas, soledad, sufrimientos, conflictos o quién sabe qué más. Detenernos, observarlos, dialogar y ver cómo aliviar su “navegación” es reencarnar al buen samaritano que todos necesitamos para continuar. La peor agonía de toda esa humanidad herida es no sentirse vista y que a nadie le importe su miseria y orfandad. Solo si paramos y nos damos el tiempo de abrir los sentidos del alma podremos empatizar y urgirnos por ayudar. No nos podremos quedar tranquilos hasta no verlos encaramados en un arnés, libres del peligro de morir abandonados en altamar.
Parar es el requisito para dejarse sorprender por la belleza y variedad de seres que nos rodean en la naturaleza y que nos confirman la existencia de Dios y su amor incondicional. Si nos detenemos en la misma playa, somos capaces de distinguir pececitos, moluscos, gastrópodos de diseños majestuosos y una variedad de algas y caracoles que no sabíamos que existían si solo corríamos a pescar. Lo mismo ocurre con las aves, las flores, las estrellas del cielo, los árboles y la creación completa, que no se cansa de abrazarnos con su riqueza, colorido y diversidad. Contemplarla es un despliegue infinito de creatividad que llena el alma de gozo y nos bendice con ternura que contiene la soledad existencial.
Parar: es una lección que debemos aprender y enseñar, porque es la pausa que nos hace humanos y nos permite decantar el hacer y madurar los frutos que podamos gestar. Detenernos es el preámbulo para gestar la vida, salvarla y, de paso, salvar al planeta y a la humanidad.