Los jardines del obispo Iniesta


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Enfrente del cerro del Tío Pío, al que él mismo aludió en algún poema. En lo que en su época era una zona de casitas bajas y precarias, se inaugurarán, el 24 de septiembre, los Jardines Obispo Alberto Iniesta. Acaba de autorizarlo la Junta Municipal de Puente de Vallecas en una medida aprobada por unanimidad de todos los partidos, y para la que empujaron con fuerza, determinación, cariño y mucha perseverancia un grupo de fieles que luchan por mantener viva la memoria de quien, más que el obispo auxiliar de Madrid, fue su pastor, y así siguieron sintiéndolo en sus muchos años de retiro.

A sabiendas de que esta distinción le abrumaría, me alegra que, más que una calle o plaza, sean unos jardines los que lleven su nombre. Porque siempre tuvo alerta el espíritu franciscano y porque él mismo se metió en muchos de ellos, lo que le causó dolor, se lo produjo a otros y eso le redobló los propios.

Pero Alberto Iniesta no sabía no pisarlos si lo que estaba en cuestión eran asuntos opinables que afectaban a la gente. A toda. En aquello que era fronterizo con la fe o la ética cristiana, siempre lo cuidó “por cristiano y obispo”. Pero sobre todo lo demás, no solo opinó, sino que orientó, incluso sobre cuestiones entonces ya abordadas por la Conferencia Episcopal.

Un día, harto de desayunarse con sus escritos en la prensa, el nuncio Dadaglio le mandó por carta un tirón de orejas que recibió la Nochebuena de hace 40 años. Ni con él guardó la ropa, aunque sí las formas. Le contestó que si por ordenarse presbítero u obispo quedaba uno “impedido de opinar sobre lo opinable”, él no tenía conciencia de haberse comprometido nunca a ello. “Y dudo mucho de que lo hubiera aceptado si se me hubiera propuesto”. Por eso luego no hizo carrera, tal y como muchos la entendían, y entienden.

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