Era una de las personas que más sabía sobre esa materia. Había dedicado largos años de estudio, de análisis y de debate con otras colegas, de sacrificios, escritura y reflexión en pos de saber más sobre ella. Sus teorías eran reconocidas en todo el mundo. Todos admiraban su inteligencia y su buen hacer en la materia. Sus libros se estudiaban en las mejores universidades y sus modelos y escritos inspiraban a políticos y profesionales que se dedicaban a la materia.
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Todo el reconocimiento que había recibido a lo largo de su larga carrera académica solo se veía enturbiado porque nunca había intentado llevar sus teorías al campo de la realidad. Otros se habían encargado de ello, pero ella siempre se había limitado a sus escritos, a sus clases, a sus conferencias, a sus debates con otros eruditos de prestigiosas universidades.
Cuando alguien del gobierno pensó en ella para intervenir en aquel lugar y aplicar sus teorías para intentar mejorar la vida de aquellas personas no tuvo dudas, era su gran oportunidad, calzarse las zapatillas de la realidad y poner en marcha sus grandes teorías en una realidad que parecía ser la horma adecuada para sus modelos.
Lo tenía todo claro, era tan sencillo como aplicar tal cual el modelo que había creado y por el que había recibido tanto reconocimiento internacional. No parecía difícil, al igual que lo hacía cuando investigaba los datos que le llegaban, todo consistía en hacer lo mismo pero con la realidad que se ponía a su disposición. No podía fallar, todo estaba calculado y bien pensado.
Sin embargo no fue esto lo que sucedió. La idea de lo mejor que estaba en su teoría no se acababa de ajustar a la realidad. Esta se negaba a subordinarse al modelo que ella quería aplicar. Ante ello intentó cambiar la realidad, afirmó que el problema era que esta no se ajustaba a lo que su teoría predecía, que estaba haciendo lo correcto pero que no se estaban ejecutando las cosas como preveía el modelo.
Todos tenían la culpa
Finalmente la invitaron a abandonar el proyecto, sus nervios le podían y no comprendía por qué la teoría fallaba. Todos tenían la culpa, todos hacían las cosas mal, lo suyo era lo correcto pero el mundo y la realidad se conjuraban contra ella…
La persona que la sustituyó no era, ni de lejos, tan brillante como ella, no había estudiado el tema tantos años, ni había construido un modelo teórico tan perfecto como el suyo, pero supo escuchar la situación, estar atenta a la realidad y, sin grandes alardes, con soluciones discretas, sencillas y dialogadas, logró unos resultados más que aceptables que permitieron una mejora sustancial de la situación.