Desde que se conocieron en junio los cargos por abusos sexuales al ahora excardenal Theodore McCarrick, la cuestión principal debía ser qué cuentas se rendirían en caso de que los cargos fueran ciertos. La idea más extendida era que el papa necesitaría dar ejemplo, para demostrar que nadie en el sistema católico es “intocable” en lo que se refiere a la protección de los menores.
La segunda, e inmediata, era qué obispos podrían haber sabido o sospechado de los cargos contra McCarrick, y qué hicieron con la información que recibieron. Es, básicamente, una duda triple: ¿Quién lo sabía? ¿Cuándo lo supieron? ¿Qué hicieron entonces?
El Vaticano, respondió a la primera pregunta el 28 de julio, anunciando que Francisco había aceptado la renuncia de McCarrick del colegio de cardenales -primera vez en la historia de los EEUU, y primera vez también de una renuncia por abuso sexual en el mundo. La declaración también confirmó que el juicio canónico estaba en marcha, por lo que, si McCarrick es declarado culpable, podría ser expulsado del sacerdocio.
Límite de autoridad
El cardenal de Galveston-Houston, Daniel DiNardo, presidente de la Conferencia Episcopal Norteamericana (USCCB), intentó responder a la segunda pregunta, haciendo una declaración en cuatro partes sobre la situación de McCarrick, siendo la tercera en la que habló del asunto. Dijo: “La USCCB seguirá las cuestiones alrededor del asunto McCarrick hasta donde su autoridad lo permita; y allá donde esta autoridad encuentre límites, la conferencia recurrirá a los que sí tengan esa autoridad. De una manera u otra, estamos determinados a llegar a la verdad del asunto”.
Es alentador, en el sentido de que indica que los obispos son conscientes de que la pelota está en su tejado y no le pasan la responsabilidad a Roma, o invocan la cooperación civil para evadir sus responsabilidades. Es muy reconfortante escuchar a los obispos expresar su determinación para encontrar la verdad.
Sin embargo, las omisiones de la declaración de DiNardo son: alguna indicación del proceso que utilizarán los obispos para “seguir las cuestiones alrededor del asunto McCarrick”; alguna idea de quién se ocupará de ello y cómo serán escogidos; cuánto tardarán en tener y hacer público el informe.
Golpe a las bases
Tal vez era prematuro hablar de estos temas en su declaración, especialmente si, como los rumores sugerían, el comité ejecutivo de la Conferencia se acababa de reunir para definir las líneas de una respuesta. No obstante, esta información va a aparecer pronto, porque decirle a la opinión pública que “lo tenemos bajo control” no va a parar el tema. La gente necesitará saber qué se ha hecho, quién lo está haciendo y cuánto van a tardar en dar respuestas.
Aunque las bases en América están acostumbrados a los escándalos, el caso McCarrick ha golpeado especialmente fuerte por dos razones:
Primero, es un cardenal. No es la idea de que un príncipe de la Iglesia pueda ser culpable de pecado lo que chocaría a cualquiera -hace mucho que los católicos aprendieron a ser realistas en estos temas-, sino el sentido del trato preferente que podría haberse utilizado. Si así hubiera sido, habría dinamitado la política de “tolerancia cero”.
Segundo, la consigna sobre este fiasco McCarrick desde el principio era “todo el mundo los sabía”. Para la mayoría de los católicos, la pregunta como respuesta sería: “Si todo el mundo lo sabía, ¿por qué nadie hizo nada?”.
Credibilidad
Contestar a esta pregunta en este momento, es responsabilidad de los obispos norteamericanos, no el Vaticano ni nadie más. Para recuperar credibilidad, los obispos no solo necesitarán hacérselo mirar, sino ser transparentes y responsables por la cuenta que les trae. Cualquier respuesta que ofrezcan, tendrá la misma credibilidad que el proceso empleado para producirla.
Los obispos tendrán que establecer un proceso claro para reportar alegaciones contra otros obispos. Ahora mismo, el católico de a pie sabe dónde llevar sus quejas sobre sacerdotes, pero se sentirán desconcertados si los cargos implican a un obispo.
Esta declaración es un comienzo alentador, pero se necesita bastante más antes de que nadie les reconozca el mérito de intentarlo.