Los obispos quieren hincarle el diente a la crisis


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Omella, es, de alguna manera, el responsable de hacer ver que el clamor de la calle ha llegado también a la Conferencia Episcopal…”

 

Siempre resulta estimulante escuchar a la Vida Consagrada. Y más si se siente querida. Regresa a las periferias, de donde no se había marchado. “No podemos permanecer indiferentes”, dicen en su asamblea de CONFER ante lo que sucede a su alrededor. Lo atisban en sus colegios, en sus comedores, donde ven encarnadas tantas estadísticas del Informe FOESSA. Quieren despertar de nuevo, desperezarse y movilizarse por la misión. Sin miedo a denunciar. Sin querer ser cómplices. Ya salieron a la calle a protestar contra la pobreza, aunque los encabezaba tan solo un obispo, este sí un verso suelto en materia de manifestaciones episcopales, pero que ahora llega a la Congregación para los Obispos para delinear el nuevo perfil de los pastores españoles.

Este obispo, Omella, es, de alguna manera, el responsable de hacer ver que el clamor de la calle ha llegado también a la Conferencia Episcopal. En la Asamblea Plenaria que comienza la próxima semana se debatirá nuevamente el documento sobre la situación actual del país, que él está coordinando. ¿Irá la vencida esta vez? Hay una clara conciencia del momento crítico que atraviesa España, pero ya no se trata solo de la vulnerabilidad creada por la crisis económica. Está la demoledora imagen de la corrupción, el escándalo de las tarjetas black, la irrupción de Podemos y el miedo a lo que pueda conllevar el voto de castigo, la poca ejemplaridad de los personajes públicos… “Los obispos tenemos que hincarle el diente a toda esta situación. Es lo más importante que debemos hacer en este momento”, reconoce uno de ellos. Ahora hay mayor receptividad en la Conferencia Episcopal –y en su Ejecutivo– a abordar la cuestión. Como hace la friolera de 24 años, se necesita otro documento como La verdad os hará libres, aunque la coyuntura actual sea sensiblemente más grave, a pesar de que ya entonces había corruptos, enchufados y malversadores.

Pero un cuarto de siglo –ya lo hemos visto– desdibuja principios, rebaja valores y corroe el bronce levantado a los prohombres de última hora. ¿Habrá diluido también la credibilidad de la Iglesia? ¿Se aceptarán hoy de buen grado las recomendaciones de los obispos o se las meterá en el mismo saco del desencanto que las promesas de los políticos? Lástima, en este cuarto de siglo, no haber mirado más a los religiosos.

En el nº 2.917 de Vida Nueva

 

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