(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Este país, por unas horas, ha recuperado gracias a estos ‘paganos’ la fe que no encuentra en otras instancias, ni políticas, ni sociales, ni religiosas. La gente, humildes y poderosos, parados y empresarios, ha sabido reconocerse en la alegría de vivir, en la osadía de la juventud, en la ilusión de un objetivo, en la comunión de intereses”
De “misa pagana” (y no lo decía en plan despectivo) ha calificado un periodista deportivo el sentimiento de irrefrenable alegría con el que todo el país ha comulgado, con los ojos henchidos de gratitud mirando al cielo, con la forma de ser, de luchar y de ganar de la Selección Española de Fútbol en el recién concluido Mundial de Sudáfrica.
Como a aquellos primeros cristianos cuya forma de vida era descrita a un tal Diogneto, a los jóvenes que han oficiado esa ceremonia se les reconoce porque, sin distinguirse en lo exterior de los demás componentes de los respectivos equipos nacionales, han sabido someterse a las leyes establecidas, la mayoría de las veces vacuas e intrascendentes, “pero con su propia vida superan las leyes”. Así, en el campo, a su lado, han alineado también la lealtad, la hermandad, el respeto, la amistad. El éxito más grande de estos millonarios hombretones, que en lo deportivo han rozado lo sublime, son, sin embargo, las lágrimas desconsoladas vertidas sobre el hombro del compañero, la esencia de esos valores universales susurrados sobre la hierba por un tipo con cara de viejo maestro de escuela, otro profeta fuera de su tierra. Todo eso, como les dijo Juan Pablo II a los futbolistas de las selecciones de Italia y Argentina, “afina los espíritus y les hace percibir de cerca lo sublime del ser humano y su auténtica dignidad. Así se coopera también a la construcción de un mundo más pacífico y, si se tiene fe, a la consolidación de la comunidad de los hijos de Dios: la Iglesia”.
Desconozco las creencias de estos futbolistas. Hoy está mal visto hablar de ello. A no ser que, efectivamente, no se tengan. Pero este país, por unas horas, ha recuperado gracias a estos “paganos” la fe que no encuentra en otras instancias, ni políticas, ni sociales, ni religiosas. La gente, humildes y poderosos, parados y empresarios, ha sabido reconocerse en la alegría de vivir, en la osadía de la juventud, en la ilusión de un objetivo, en la comunión de intereses. Aunque no fueran de “los nuestros”, ¿no tiene nuestra Iglesia nada que aprender de estos “gentiles”?
En el nº 2.716 de Vida Nueva.