Los polizones de Añastro


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

Costará todavía un tiempo desatracar la nave encallada en la calle Añastro, en pleno secarral madrileño. Como pasa con todos los grandes buques –y más aquellos que han permanecido demasiado tiempo amarrados–, la maniobra es lenta y necesita de la pericia de un práctico que tenga buena mano, conozca los fondos marinos y fije bien la derrota, también esa que algunos están pensando, buena maestra para mantener los equilibrios necesarios.

Y recién ahora están en esa operación en la llamada Casa de la Iglesia, la sede de la Conferencia Episcopal Española. El viento no acabó de amainar hasta el pasado mes de octubre, por lo que ya han empezado a soltar las amarras, aunque todavía quedan, por supuesto, corrientes de fondo que ralentizan la maniobra.

Han sido muchos años de inercias, de un remar mar adentro sin salir siquiera de la bocana del puerto, temerosos de la mar rizada, como los pescadores del lago. Muchos temían la tormenta y optaron por ocupar sus tiempos más en calafatear y fregar cubiertas que en salir a pescar. Otros, acostumbrados a pisar un suelo que no se deslizaba bajo sus pies, fijaron posiciones con las que esperaban tomar impulso llegado el momento para saltar a cubierta.

Hoy, la tripulación se divide entre la que ya ha vuelto a notar el olor de la salitre hinchiendo sus pulmones y la que mira lastimosamente cómo cambia el rumbo asomada furtivamente a los ojos de buey.

Desde la sala de máquinas se va imprimiendo poco a poco más velocidad, con tacto, teniendo cuidado en el desamarre, tratando de evitar una innecesaria brusquedad, dando oportunidad para aconstumbrarse al balanceo, al sonido que, inconfundible, llega desde abajo, de los motores que anuncian el movimiento. Pero, según cuentan, no todos lo perciben con nitidez. ¡Quién lo iba a decir!

Resulta que en algunas cubiertas de estribor, donde se pasan a limpio las doctrinas, donde se fraguan los argumentos, donde se fija negro sobre blanco el magisterio, donde más refulgen los autores cristianos, parece que se han instalado en una sorprendente heterodoxia, al menos desde la perspectiva del papa Francisco. Son los polizones de este papado.

En el nº 2.930 de Vida Nueva