JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Mucho me temo que están encantados de perseverar en el tópico, en desechar lo que les pueda ayudar a retirar la viga del cristalino…”
Uno es muy consciente de que la Iglesia católica está formada también por pecadores que llevan dos mil años arrastrando gruesas cadenas con las que penan su antitestimonio. Aunque quisiera olvidarlo, que no es el caso, y ha exhibido en público sus vergüenzas para tratar de purificar sus errores, no puede la Iglesia, ni sus hijos e hijas, evitar que le saquen los colores a cuenta de su pasado.
Un pasado, por cierto, en donde también muchos de esos hijos e hijas abrieron caminos por los que la humanidad entera ha podido transitar ganando en justicia, dignidad y respeto, por citar solo algunos aspectos fundamentales que han estado antes en el Evangelio que en los tratados de política.
Uno entiende también que el maridaje contra natura entre la fe y la dictadura franquista diese lugar a una forzosa y rauda cristianización de no pocos. Nos creíamos una reserva espiritual, cuando no éramos sino un parque temático con mucho figurante de comunión diaria y rebosante de unción. Esa reconfesionalización explicaría la vertiginosa secularización en la que estamos inmersos, con una desacralización mental rabiosa que, a su vez, ha conformado otra reserva donde habita un puñado de decimonónicos figurantes en la cofradía laicista del eterno desconsuelo, que solo parece revivir intelectualmente cuando denigra a la Iglesia.
Pero lo que ya me cuesta entender es que en estos tiempos, donde la asignatura de Religión ni es obligatoria ni se pasa lista en misa de doce o en catequesis, se pueda seguir sintiendo “aborrecimiento profundo” por la Iglesia y calificarla de “monstruo insaciable”. Así describía hace unos días, en un diario digital famoso por su subjetividad en materia religiosa, su fe ciega en el rencor una de estas cofrades.
Bastaría enviarles la última Memoria de Cáritas si uno pensase que les serviría para una bienintencionada reconsideración del trauma de fondo. Pero mucho me temo que están encantados de perseverar en el tópico, en desechar lo que les pueda ayudar a retirar la viga del cristalino y ver, finalmente, que hay tantas personas que no arrastran cadenas ni condenas, sino, simplemente, ganas de ser y hacer felices.
En el nº 2.870 de Vida Nueva