La jornada
Entre ayer y hoy, 19 de marzo, día de san José, las diócesis y parroquias de España celebran el día del seminario. Una jornada en la que los centros de formación de los futuros sacerdotes abren sus puertas y refuerzan su presencia, en la medida que los números y las posibilidades lo permiten, en la vida pastoral de las parroquias. Testimonios vocacionales, oraciones especiales, catequesis con la presencia de los seminaristas o cuñas en la radio son algunos elementos ambientales que preparan esta jornada.
Además, la edición de este año ha encontrado en las cifras un dato optimista y esperanzador. Y es que el número de seminaristas ha crecido, este curso hay 1.263 aspirantes al sacerdocio, 16 más que en el curso anterior. Aunque lo que destaca es que se han incorporado a los seminarios 300 nuevos candidatos, frente a los 275 del curso 2016-2017. Aunque baje el número de jóvenes que están dentro de los seminarios menores, los obispos y los formadores de seminario ya no se extrañan de ver que el perfil de los futuros sacerdotes cuenta con una trayectoria vital más plural y heterogénea que antaño.
La institución
Cuando Trento, dentro de su gran renovación en la visa de los sacerdotes y obispos, puso en marcha los seminarios como “semilleros” (etimología más inmediata del término) en los que germinar la vida sacerdotal, estaba poniendo de manifiesto la importancia de la formación. Esta no solo contemplaba la preparación teológica, más necesaria que nunca en un momento en el que Europa vivía el desafío de las reformas protestantes, sino que creaba una auténtica comunidad de vida. Por ello, el seminario se configuró como una escuela de vida compartida que supuso una mejora inmediata en la comunidad cristiana que percibía en sus sacerdotes una predicación vivencial, una catequesis que prepara al encuentro con Dios y un testimonio claro y comprometido a través de su estilo de vida.
El Vaticano II tampoco se quiso olvidar de esta institución y aprobó el Decreto ‘Optatam Totius’ sobre la formación sacerdotal. Un documento breve que traza las líneas maestras de una pastoral vocacional específica, ofrece algunos elementos organizativos básicos para poner al día esta institución, advierte sobre lo clave que es la formación espiritual, junto a la doctrinal y pastoral que deben ser acordes al contexto y a la situación que vive el mundo. “El deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana; ayudan a esto, sobre todo, las familias, que, llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario, y las parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos adolescentes”, recordaba el concilio.
Ya no son solo adolescentes los que llegan al seminario. Por ello, durante el camino posconciliar el seminario ha debido hacer frente a continuos retos cuando han sido puestos en el punto de mira –pederastia, candidatos homosexuales al sacerdocio, dificultades para encontrar equipos formativos sólidos…–. Un momento significativo fue el sínodo de 1990 decido a los sacerdotes y la correspondiente exhortación posterior de Juan Pablo II, ‘Pastores dabo vobis’. Los padres sinodales se mostraron confiados tras la asamblea y en su declaración señalaron que “ante la crisis de las vocaciones sacerdotales, la primera respuesta que la Iglesia da, consiste en un acto de confianza total en el Espíritu Santo. Estamos profundamente convencidos de que esta entrega confiada no será defraudada, si, por nuestra parte, nos mantenemos fieles a la gracia recibida”.
Para el Papa, la formación era un desafío del tiempo y esta debe garantizar una buena base sobre la que asentar la vida espiritual del sacerdote para que su acción pastoral se convierta, de esta manera, en testimonio que alumbre a nuevas vocaciones. Además, como novedad, la exhortación destaca que la formación es un compromiso vital del sacerdote –en cualquier edad y situación– pudiendo ser un remedio para algunos de los problemas que experimentas los presbíteros, como puede ser la aceptación de la propia soledad.
“Deseo a todos vosotros la gracia de renovar cada día el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos; de sentir el consuelo de la profunda amistad que os vincula con Cristo y os une entre vosotros; de experimentar el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; de cultivar el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en vosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús”, manifestaba el Papa polaco.
Aunque la puesta al día no se queda ahí. Como puntualmente ha ido informando Vida Nueva, el verdadero manual dinámico que inspira el estilo de la formación de los futuros sacerdotes es la ‘Ratio Fundamentalis Institutiones Sacerdotalis’, cuya última edición (fechada en diciembre de 2016) ya está en plena implantación. El prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal Beniamino Stella, un diplomático vaticano que conoce bien América Latina y que se ha sentido fuertemente tocado por el corazón renovador y pastoral del papa Francisco, ha dedicado muchos desvelos a un documento clave para construir unos seminarios acordes a la pastoral que necesita la Iglesia de nuestros días.
“El don de la vocación al presbiterado, sembrado por Dios en el corazón de algunos hombres, exige a la Iglesia proponer un serio camino de formación”, comienza diciendo la Ratio, citando un discurso del papa Francisco. Esperemos que el simbólico repunte de los datos españoles, estén a la altura de los retos que lanza este documento que busca una formación personalizada, integral y compartida en los candidatos a la vida sacerdotal.
Un testimonio
En uno de los materiales distribuidos por la Conferencia Episcopal para el Día del Seminario 2018, que en sintonía con el camino preparatorio al sínodo de octubre ha elegido el lema “Apóstoles para los jóvenes”, se ofrece una reflexión teológico-pastoral en la que se incluyen algunos testimonios, entre ellos se incluye este recuerdo de una catequista anónima:
«Una vez escuché a un párroco dirigiéndose a la asamblea reunida preguntar: “¿cómo se hace santo un cristiano?”. Pensé en ese momento que, a través de la familia, el trabajo, el compromiso social, pero, casi sin tiempo, volvió a preguntar: “¿cómo se hace santo un sacerdote?”. Me quedé pensativa. Enseguida habló de nuevo el párroco: “el sacerdote se hace santo ayudando a que los demás se hagan santos. Toda su vida, toda su acción en favor de los demás, adquiere su pleno sentido en la medida que es capaz de vivir esta dimensión fundamental de su propia existencia”»