El filósofo Paul Ricoeur llamó a Marx, Freud y Nietzsche los “maestros de la sospecha”. La expresión se difundió y se la puede encontrar en casi todas las historias del pensamiento contemporáneo. Los tres pensadores aludidos, coinciden en sembrar dudas al afirmar, cada uno a su manera, que las personas se engañan a sí mismas con una conciencia falsa o errónea. Muy esquemáticamente: según Marx, la conciencia se falsea por intereses económicos; en el caso de Freud, por la represión del inconsciente; y en el de Nietzsche, por la incapacidad para aceptar la realidad.
La influencia de estos “maestros” es clave. Especialmente, con respecto a las concepciones religiosas de la vida esos razonamientos “modernos” tuvieron un efecto enorme que llega hasta nuestros días. Sin embargo, en estos últimos tiempos llamados “posmodernos”, aquellas sospechas sembradas a finales del siglo XIX y principios del XX han comenzado a ser vistas también ellas como “sospechosas”. La realidad ha desmentido a los tres “maestros”, y son ellos quienes ahora están siendo puestos en el banquillo de los acusados y sometidos a severos interrogatorios. El mundo que profetizaron no se hizo realidad, y el escepticismo que predicaron se volvió contra sus propias teorías.
En ese mismo mundo secularizado en el que se había instalado como una verdad -obvia e indiscutible- la concepción de que la religión era un fenómeno en extinción que expresaba la ignorancia de épocas remotas, las religiones gozan hoy de una notable vitalidad, y las búsquedas espirituales son un fenómeno de dimensiones planetarias.
Contra todas las “profecías”, día a día, se va debilitando la idea de que lo que hacemos los seres humanos es proyectar nuestras ilusiones en la idea de un Dios inexistente y se afirma una nueva sospecha: ¿y si es al revés?; ¿y si el mundo, la creación, los avances tecnológicos y científicos son verdaderamente pistas que nos conducen a Dios y desde allí es posible encontrar el mensaje que se busca en otros sitios?; ¿y si la buena gente, la belleza, la ternura y la justicia no son ilusiones, sino aquello que hace funcionar el mundo?; ¿y si la trampa se esconde en el relativismo imperante que se ha convertido en un “dogma de fe” incuestionable?; ¿y si la Biblia es una maravillosa parábola que nos libra de las ilusiones y nos dice -con ternura y poesía- quién y cómo es Dios?
Huir de la tentación
La posibilidad de que los maestros de la sospecha, el relativismo moderno, los fundamentalismos de todos los colores y los muchos fenómenos socioculturales que nos han traído hasta estos desconciertos posmodernos, comiencen a ser “sospechosos” y empiecen a ser superados, abre enormes posibilidades, pero también implica un gran peligro. Aparece en el horizonte la tentación de volver “a lo de antes” como si en todo ese recorrido humanista, laico y valiente del pensamiento humano no hubiera nada valioso para rescatar; como si los últimos siglos no hubieran aportado nada; como si los “maestros de la sospecha” y sus seguidores no fueran también portadores de un mensaje y una aguda crítica que no pueden desconocerse.
Si observamos atentamente, podemos descubrir que los sospechosos de ahora son también aquellos que pretenden desconocer que de esa reflexión “moderna”, que comienza a ser superada, han surgido deslumbrantes adelantos científicos, notables progresos en el terreno de los derechos humanos y en el conocimiento de la psicología y las ciencias sociales. Se puede enumerar una larga lista de inmensos pasos adelante dados desde la Ilustración para acá, pero sobre todo la Iglesia es deudora de esa etapa del pensamiento humano porque le ha permitido verse a sí misma de una manera diferente; y, más importante, ¡redescubrir el mensaje de Jesús con una mayor profundidad!, más cerca del espíritu y la letra del Evangelio.