Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Macondo espiritual


Compartir

Gabriel García Márquez, en ‘Cien Años de Soledad’, crea Macondo como arquetipo de ese espacio mágico, exuberante, complejo, de extremos, de amor y violencia, de alegría y tristezas intensas, de misterios, de riquezas y pobrezas, de historias y creencias, de sabores y colores imposibles de clarificar. Una selva impenetrable, surrealista, que no podemos predecir ni controlar, solo experimentar asumiendo lo vulnerable que nos hace y el potencial que hay detrás.



Después de adentrarme en carne propia por las profundidades de la amada Colombia, creo que no hay descripción más cercana a nuestro mundo interior que esta realidad. Conocer nuestro Macondo espiritual, aceptarlo, amarlo y peregrinar a salvo por él y el Macondo de los demás, es el punto de partida para el verdadero encuentro con el Señor en este tiempo cuaresmal.

Un breve recorrido interno

Dentro de cada uno de nosotros existe, en primer lugar y gracias al amor con que Dios nos creó, un paisaje lleno de belleza y vida. Somos tierra buena, con potencial infinito y, a lo largo de la vida, vamos formando valles verdes, sembrados de historias donde florecen vínculos con todo y con todos, en especial con una flora y fauna de emociones, pensamientos y sensaciones imposibles de desenmarañar. Todo esto nos constituye, y ahí radica nuestro valor y singularidad.

Sin embargo, inconscientes de esa bondad y belleza dada por nuestra dignidad de hijos e hijas del Creador, muchas veces vamos desarrollando grietas, quebradas y torrentes de sufrimiento por miedo y desamor y experimentamos dolor similar a una tormenta tropical. En esa selva virgen y hermosa, somos frágiles y fácilmente se desatan los conflictos, la violencia, la pobreza, el mal y la destrucción total… No obstante, si esperamos con confianza y nos entregamos al poder de Dios en nosotros, en Macondo, misteriosamente el sol vuelve a salir y la vida se abre a machete una nueva oportunidad.

El encanto de Macondo

Quien se deja envolver por Macondo puede contemplar la tibieza tropical, las nubes mórbidas de lluvia, los aromas de frutas desconocidas, los cerros hacinados de vegetación, la sonrisa honesta del pueblo y, sobre todo, un corazón generoso y apasionado que palpita al ritmo de la vida auténtica y no bajo los engaños del rendimiento o el consumo banal. Es el encanto de este espacio que seduce, que hace sentirse vivo y que confirma que hay alguien más orquestando esta maravillosa complejidad.

Garbriel García Márquez

Así también puede ocurrir en nuestra espiritualidad si renunciamos a vernos como seres simples, duales, buenos o malos; somos aún más antiguos, alambicados y ininteligibles que el Macondo natural. Para encontrar las vertientes originales de nuestro ser, como cualquier expedicionario, habrá que despojarse del egoísmo en las relaciones, del tener y el poder como norte, de la certeza como compañera y asirnos a la ternura y cuidado de la comunidad para atravesar nuestro misterio existencial. Solo así, en medio de la desnudez y la desaparición del ego, podremos encontrar la verdadera felicidad y trascender en los demás.

Atentos a los peligros

Como todo terreno selvático y caótico presto a la entropía, nuestro interior también se puede llenar de barro, malezas, alimañas y amenazas a nuestra supervivencia y la de los demás. No es un camino pavimentado, higiénico, perfecto y seguro. Todo lo contrario, es pura incertidumbre y un aparente vagabundear por nuestras heridas, abandonos, traiciones, inseguridades, malos espíritus y corrientes de autodesprecio y soledad.

A eso se suma la corrupción, la maldad y la enfermedad de los demás, haciéndonos presa fácil de la desesperanza y autodestrucción. Adentrarse en Macondo y sumergirnos en nuestras honduras requiere coraje, fe y confianza de que Dios es quien guía nuestro andar y que todo sirve para aprender y avanzar. No es un viaje en línea recta ni un paseo a un centro comercial; es un peregrinaje serpenteante y aguerrido, pero lleno de esperanza, donde solo podemos vivir como si todo dependiera de nuestros medios, aunque sabiendo que todo está en las manos del Señor. Solo así lograremos ser verdaderos peregrinos de esperanza y no meros vendedores de luces que se apagan apenas mirar.