Nunca he tenido reparo en reconocer que soy “urbanita” al cien por cien, por eso toda la polvareda que se ha levantado con respecto a la ganadería y al tema de las macrogranjas me pilla un poco fuera de juego. Obviamente, no me voy a poner a un opinar, como tantos expertos en la cuestión que han ido surgiendo cual champiñones a lo largo de estos días. Soy de las que considero que conviene conocer un tema y su complejidad antes de opinar sobre él. Con todo, me resulta inevitable imaginar una macrogranja con un volumen de ganado muy parecido al que los evangelios atribuyen a los habitantes de Gerasa en la curación de un endemoniado (Mc 5,1-20).
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Los ganaderos de Jesús
Dice el texto bíblico que el espíritu que maltrataba a una persona en esa zona pagana le pide a Jesús ocupar una piara de cerdos al abandonar el cuerpo del pobre endemoniado. El Señor, que es buena gente hasta con los demonios, le deja hacerlo y cuenta el evangelista que más de dos mil puercos se precipitaron al mar. No solo se ahogaron, sino que se generó bastante pánico entre los ganaderos, que pidieron a Jesús que se fuera de su tierra. No hace falta echarle mucha imaginación para suponer que a los porqueros no les hizo ninguna gracia la pérdida, pues probablemente era su único medio de vida, y que temían que al Galileo le diera por seguir expulsando y sanando gente sufriente a costa de sus marranos.
La pérdida económica que pudo suponer esos dos mil puercos, que no debían saber nadar, incapacita a los compatriotas del endemoniado para reconocer su sanación. Aquel que vivía entre sepulcros y de una manera infrahumana, estaba “sentado, vestido y en su sano juicio” (Mc 5,15). Cuando leo este texto no puedo evitar pensar cuántas veces nos pasa nosotros lo mismo y realidades importantes, como en este caso el propio sustento, ocupan tanto nuestra atención que nos incapacitan para descubrir la vida que se gesta a nuestro alrededor. No estaría de sobra preguntarnos cuál es nuestra piara, es decir, todo eso que ocupa de tal modo nuestra atención y es tan importante para nosotros que deja en segundo plano el cuidado de las personas concretas que están cerca ¡Vaya a ser que también nosotros tengamos “macrogranjas” escondidas en el corazón y no nos hayamos enterado!