Comúnmente se percibe en la opinión pública una posición maniquea sobre el juicio de la realidad, la polarización en las discusiones en redes sociales contribuye a esto, sin embargo, no ayuda en un ejercicio certero de lo que nos toca vivir, tener que ver la película en blanco y negro.
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Y el tema del 12 de octubre es un buen ejemplo de cómo poder interpretar los acontecimientos sin esa visión ideológica de buenos y malos o puros e impuros, para poder justificar acciones que son responsabilidad directa de la contemporaneidad.
Ni santos, ni condenados
Romantizar a nuestros pueblos originarios puede ser muy idílico pero poco real, como toda manifestación humana había aspectos no tan loables, en praxis sociales, de tal manera que los que pretenden canonizar por antonomasia a los habitantes de América, previa a la llegada de los españoles, no solo sufren de miopía, sino sobre todo desinformación.
Digo, desinformación como mínimo, porque se llega al extremo de creer que los pueblos originarios del continente eran progresistas, respetaban los Derechos Humanos, velaban y luchaban contra la pobreza, respetaban a los homosexuales y las mujeres tenían un puesto sobresaliente en la cultura social y política.
Pero no, efectivamente sería anacrónico pensar de esta manera, nuestros pueblos originarios tenían un pensamiento propio de su cultura, de su época, con sus costumbres, las cual hoy en día, según la lógica del siglo XXI, no sería de ninguna forma imitable.
Por otro lado, la condena, satanización y rechazo a los españoles, y todo lo que trajo la conquista: el abuso de poder, sometimiento, explotación y saqueo de infinidad de recursos, en un juicio histórico, en el que no hay derecho a la legítima defensa, pues ese término no había sido inventado en el siglo XV.
Ponderar el mal y el bien realizado
El problema de fondo es que todas estas interpretaciones son ideológicas y populistas, y totalmente alejadas en el reconocimiento objetivo de que la realidad no es maniquea, y que en los acontecimientos del 12 de octubre de 1492, hubo aspectos totalmente negativos pero ampliamente positivos.
Desde la civilización, el idioma, la religión, y conceptos propios del pensamiento occidental (permeado por la Iglesia católica) como la dignidad humana, el bien y la fraternidad fueron transmitidos con el fin de ser mejores y no únicamente con la intención esclavista de aniquilar América.
Si la Iglesia reconoce los abusos durante la conquista no lo hace con la intención de congeniar con los populistas de turno, sino para sanar la memoria histórica y desde el reconocimiento del mal realizado, emprender un camino de renovación y purificación.
El ejemplo puede partir de la persona humana, aunque su historia sea totalmente traumática, es necesario que trascienda y supere la crisis, y no arrastre los conflictos a lo largo de los años, es decir, asumir el conflicto y poder reconocer que las heridas son huellas que tienen que llevarlo a ser mejor, no peor.
Pero como todo ser humano, la elección sobre las crisis históricas es libre, y una opción puede ser la de culpar a los demás, como lo hicieron Adán y Eva en el Génesis, cuando sucumbieron ante la tentación del fruto prohibido, o aprender la lección y dejar de lamerse las heridas.
Conciencia para no repetir los mismos errores
Una forma de emprender este camino de reconversión en la interpretación de la historia, puede ser desde la fraternidad. Un comentario del profesor Antonio Maria Baggio, del Instituto Universitario Sophia, publicado en L’Osservatore Romano, cierra con una idea que podría orientar la finalidad de este texto: “la fraternidad abre un camino para la renovación: la conciencia histórica es necesaria para hacer historia aquello que no ha sucedido”.
Es decir, desde la fraternidad es posible tomar conciencia para no repetir nuevamente los errores y asumir el protagonismo en la historia que se cuenta desde la contemporaneidad, con la mirada puesta en lo mucho que se puede hacer.
En Latinoamérica este paso cualitativo parece que no ha sido asumido, 200 años después ya no hay excusa para la corrupción, las dictaduras, la violencia, la desigualdad, la delincuencia y tantos males que no son responsabilidad de los españoles, sino de esos que en vez de oro por espejitos, nos cambian ideas populistas a cambio de votos y perpetuidad en el poder.