Es complicado esto de mantener el eco de las Jornadas donde se vuelca tanto material para reflexionar, orar y celebrar. Por ejemplo, acaba de cumplirse la Jornada de la Vida Consagrada y, al hacer un repaso de las innumerables ofertas, lecturas posibles, acciones, etc. me sentí un poco abrumado. Y no sabía que “liebre” perseguir de las muchas que se abrieron paso en estos días. Me decidí por aplicarme a celebrarla en torno a la Vida Religiosa y los migrantes. Que como podréis comprender da para largo y para mucho.
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Repasé varias historias. Pero solo escogí las historias femeninas. Siempre me han cautivado. Sobre todo, cuando uno tiene la suerte y la gracia de haber compartido la experiencia interior en muchas tandas con religiosas en Ejercicios espirituales.
Historias valientes
Son historias de mucha vida profética y valiente. Aquí van algunas.
Por ejemplo, las de las religiosas Scalabrinianas junto a los migrantes y refugiados en Lesbos. Donde por segundo año consecutivo, en agosto pasado, un grupo de monjas ha realizado una misión no estable sino itinerante (una identificación más con el camino migratorio) en la isla griega, en colaboración con la Comunidad de Sant’Egidio, para apoyar a los miles de personas que buscan acogida en Europa. Barricadas, alambre de espino y policía es la imagen que describe una de ellas recién llegada… “Aquello me recordaba al campo de Auschwitz”.
Me impresionó –aparte de sus testimonios siguiendo el rastro profético de Isaias para “consolar a su pueblo” ( Is.40.1-11)– el rincón donde escogieron para hacer oración. Lo situaron allí donde se arrojan los chalecos salvavidas. Sensibilidad y acierto en un contexto que tanto debió ayudarles en la oración.
O el de esas otras Religiosas del Sagrado Corazón que quisieron “atravesar”’ el muro de Trump por los migrantes y recorrieron los dos lados del muro (3.169 kilómetros de frontera) que divide Estados Unidos de México, como si fueran dos orillas de un mismo mar, uniendo a su paso tanto la oración necesaria como el aire que respiran como el compromiso de la ayuda humanitaria. Y así trasmitir su testimonio para involucrar a más jóvenes en estos proyectos de un lado y del otro, pegaditas al muro.
Mujeres de frontera
Podría seguir recordando muchas más historias de estas mujeres de frontera y en la frontera. Valgan sencillamente estos dos ecos que nos descubren en la Vida Religiosa femenina el rostro materno de Dios. Con su vida apuntado hacia “la luna” para que nosotros no nos quedemos contemplando solo el dedo. Y nos acostumbremos, asumamos y promovamos el materno rostro de Dios.
Aquel que se cruza con nuestra mirada. Como se apunta hacia las manos de Dios depositadas en el hombro del hijo retornado (porque en verdad el “pródigo” es el Padre) en el impresionante cuadro de Rembrandt ‘El Hijo prodigo’. Si quieres ver todo el cuadro te invito a centrarte en las manos. Como escribe Henri J. M. Nouwen, “en cuanto me di cuenta de que las dos manos eran diferentes, se abrió ante mí todo un mundo nuevo de significados. El Padre no es solo el gran patriarca. Es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina”.
Hoy yo quiero destacar la mano femenina de Dios –la que me han revelado esas monjas que trabajan con migrantes–. Esa mano derecha no está solo para sujetar y sostener (¡que también!) Quiere acariciar, mimar, consolar y confortar. Es la mano de una madre. Es fina y suave. Los dedos están cerrados y son muy elegantes. Se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo menor. Son, sin lugar a dudas, las manos de Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Pero hoy me quedo con la feminidad y la maternidad. Y con el retorno del hijo que había marchado a un país lejano: “Lo que aquí veo es a Dios como madre”, dice Nouwen en sus ‘Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt’. Nouwen ha “visto” al anciano que representa a Dios como “la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le aprieta contra el vientre del que salió”. Es el hijo retornado “recibiendo en su vientre a aquél a quien hizo a su propia imagen. Los ojos casi ciegos, las manos, el manto, el cuerpo inclinado, todo recuerda al amor divino maternal, marcado por el dolor, el deseo, la esperanza y la espera sin fin”.
Caricias proféticas
Este es un breve acercamiento a esas caricias proféticas de la Vida Religiosa femenina junto a los migrantes. ¡Tanta y tanta! La que hace descubrir el rostro materno de Dios y sabe hacer – probablemente mejor que nadie– aquello que os decía de Isaias:
“¿Acaso olvida una mujer a su hijo
y no se apiada del fruto de sus entrañas?
Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Fíjate en mis manos:
te llevo tatuada en mis palmas” (Is 49,15).