Comienzo esta Semana Santa, que todos tildamos de “peculiar”, escuchando parte de una entrevista hecha a la cantante Rosalía. Ante la pregunta por un tweet que publicó con el Padrenuestro, ella comenta que cada noche intenta retomar todos los motivos por los que agradecer y que eso, cito textualmente, “me ayuda a estar más anclada”. Me ha encantado la expresión de “estar anclada” como modo de situarse en la existencia, en especial para estos días tan especiales en un contexto tan incierto. Me ha venido a la cabeza que los antiguos cristianos solían representar en las catacumbas un ancla en forma de cruz como símbolo de la esperanza y de la salvación.
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Dejarnos desconcertar
La pandemia nos coloca en situación de impotencia, de incertidumbre y rodeados de mucho sufrimiento, con frecuencia demasiado cercano. Estamos, como recordaba el Papa al hilo del evangelio, en medio de una tormenta que nos despierta miedo, desconcierto y mucho dolor. Cuando todo alrededor es inseguro e inestable, el ancla nos permite aferrarnos a lo firme, que está en el fondo aunque no lo veamos. En medio del oleaje, cuando todo resulta incierto y no hay más recomendación que la de permanecer en medio de la tempestad, se nos regala este tiempo litúrgico de mirar a la Cruz, de asombrarnos ante el amor hasta el extremo que lleva al Hijo a sufrir tal tortura. Contemplar, dejarnos desconcertar… y mantenernos anclados a Aquel que es nuestra esperanza y nuestra salvación para vivir menos “malamente” (tra tra!).