Marie Kondo es un fenómeno en Netflix. Tiene un programa propio (una especie de canal) en el que da consejos para ordenar la casa, y ordenando todo, encontrar una vida más plena. Como aquello tan antiguo, que yo digo a mis alumnos como si fuera un jedi a su joven padawan: “Salva el orden y el orden te salvará a ti”.
El caso es que propone quedarse en casa solo con 30 libros. Las redes sociales han echado humo. Desde los que se escandalizan porque para qué tener tantos libros, hasta quienes no entienden que alguien pueda tener tan pocos.
Mi primera respuesta ha sido la segunda. Pero de segundas, me he preguntado qué treinta libros quedarían conmigo. Es más, ¿he leído bien-bien un número tan grande? Para empezar con uno, muy sencillo: ¿hHabré leído tan bien el Evangelio, cualquiera de los cuatro, para decir que ya puedo prescindir de él? La ‘Summa’ de santo Tomás roza este número de volúmenes, pero si me voy a Hans Urs von Balthasar su gran obra se condensa en cerca de doce volúmenes. ¡30 libros en la UNED suponen prácticamente un grado!
Libros de ida y vuelta
Ojalá, dicho muy sinceramente, lleguemos con el paso del tiempo y del estudio a encontrar esos cuantos libros de los que no nos separaríamos. Que tan inalienables fueran de nosotros que hasta prescindiendo de la obra física permanecieran sus palabras en esencia con nosotros. Como si fuésemos excelentes compradores en un mercado lleno de ofertas y no nos entregásemos a bagatelas ni a lecturas dañinas.
Al mismo tiempo, también desearía que los libros fluyeran en nuestra comunidad, yendo y viniendo. Que no se estancasen en librerías, quedando parados eternamente, y se compartieran mucho más. Me imagino grandes obras viajando de mano en mano. ¿A quién puedo dar para que lea ‘La defensa de Sócrates’, de Platón; ‘Protágoras’; ‘El banquete’, de Platón; ‘Ética’, de Aristóteles; el ‘De amicitia’, de Cicerón; el ‘De senectute’, de Séneca, antes de que sea imprescindible; ‘Las confesiones’, de san Agustín; el ‘Elogio de la locura’, de Erasmo; ‘Las meditaciones’, de Descartes; ‘Los pensamientos’, de Pascal; la ‘Ética’, de Spinoza; ‘Monadología’, de Spinoza; ‘Las obras del amor’, de Kierkegaard; ‘Totalidad e infinito’, de Levinas? ¿Quién ha leído el libro de Job con ahínco o meditado de corazón el libro de Proverbios o el Eclesiastés, o Ruth?
Más aún. ¿Por qué no desear que algunos libros se queden con nosotros para siempre, por qué no hacer de su lectura algo que deje tal poso que no sea entregable a otros dejando, sin más, un libro para leer? ¿El mejor modo de compartir con otros nuestras lecturas no puede ser entablar un diálogo nuevo y sincero, mostrar apertura, comprensión y una palabra distinta?