En los estudios del Canal de Televisión del arzobispado de Buenos Aires, tuve la oportunidad de hablar con el Arzobispo, el Cardenal Mario Poli. A pesar de las cámaras y los micrófonos con su intimidante presencia, tuve la agradable sensación de estar con él a solas y en una charla cercana y afectuosa.
La entrevista giró en torno a su lema episcopal: “Dame Señor un corazón que sepa escuchar”. Ese es el pedido que le hizo Salomón a Yahvé para poder gobernar a su pueblo con justicia y esa es la frase que eligió el Cardenal cuando lo hicieron obispo. Era inevitable preguntarle la razón por la que había elegido aquellas palabras. Como buen historiador puso el texto en contexto y recordó el día en el que lo había escogido. Como al pasar aprovechó para decir que ya los obispos no tienen obligación de elegir un escudo, y que él había decidido quedarse solamente con la frase de Salomón y prescindir de la heráldica tradicional. No dijo cuál fue el motivo de su decisión, pero bastaba oírlo para saber que es un hombre que no necesita ningún escudo.
Inmediatamente después sorprendió al decir que le costaba escuchar, que para él era un esfuerzo, que le resultaba difícil tolerar lo que no le gustaba pero que tenía que hacer silencio porque si no el otro no podía hablar y entonces era imposible el diálogo. Era innecesario reconocer ante las cámaras de la televisión que le costaba un esfuerzo escuchar, entonces quedó más claro por qué no hacían falta los escudos: porque no tenía nada que ocultar.
Habló de escuchar a los curas, a los religiosos y a los laicos; pero le pregunté como hacía para escuchar a la gente común, a los habitantes de la ciudad de Buenos Aires que eran muchos más que los súbditos que tenía Salomón. Entonces regresó a la escena del Antiguo Testamento que nos muestra a Salomón en oración y explicó que lo que hacía el rey de Israel era continuación de la oración que acompañaba a todo judío durante su vida entera: “Escucha Israel, el Señor tu Dios es solamente uno…” Cuando se cree en un Dios que habla, lo primero es escuchar. Para escuchar al pueblo hay que escuchar a Dios y si se quiere oír la voz de Dios hay que saber atender lo que dice el pueblo. Eso es lo que hizo de Salomón un rey sabio como ningún otro.
¿Los mejores momentos del arzobispo? La respuesta llega rápida y sin dudas: los espacios de comunión, las reuniones en las que puede compartir preocupaciones y proyectos con otros obispos, sacerdotes o laicos. Y luego señala que especialmente en tiempos de dificultades, la misión, llevar adelante el mandato del Señor de ir a evangelizar, es lo que ordena los problemas, las comunidades y las personas.
En todo momento se nota que ha sido profesor durante años y que sabe mucho de historia de la Iglesia, pero sin embargo no se percibe en su voz ese tono académico que pone la distancia típica de los que han recorrido muchos claustros universitarios. Al contrario, transmite serenidad y una sabiduría aprendida más en la vida que en los libros.
Al final de la entrevista ya no era necesario preguntarle sobre lo que significaba ser el sucesor del Cardenal Bergoglio, ni sobre su relación con el actual Papa. Este hombre que por su autenticidad de pensamiento y de vida no necesita de escudos, está escribiendo con un estilo propio un capítulo nuevo en la historia de la Iglesia de Buenos Aires.