Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Mary Elizabeth Lange: toda una vida en favor de los descartados


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En un país históricamente marcado por los conflictos raciales como es el caso de Estados Unidos –no olvidemos que, por poner un ejemplo, allí se aprobaron legalmente los matrimonios interraciales solamente en 1967 y después de una larga lucha judicial, mientras que, por poner otro ejemplo, nuestra Isabel la Católica ya en 1503 recomendó dichos matrimonios, que efectivamente fueron aprobados por Fernando en 1514– el testimonio de los que han trabajado contra esa cultura de descarte nos habla de valentía, sufrimiento y, en algunos casos también de santidad.



En ámbito católico la primera mujer recordada –siendo también ella de color– por su dedicación a los afroamericanos, no con reivindicaciones sino dando la propia vida cada día con esmero por los de su raza, fue declarada Venerable por el Papa Francisco el 22 de junio del 2023. Su vida es apasionante y nos sirve como primer artículo del blog en este año jubilar, pues en ella encontramos la esperanza hecha visible en una mujer de físico débil pero de espíritu bien fuerte.

Pocas noticias tenemos sobre los orígenes de esta gran mujer, no hay certeza sobre la fecha de nacimiento de Elizabeth Lange, según los documentos a los que se puede hacer referencia, podría haber nacido en 1784 o 1794. Ni siquiera su nombre aparece con certeza: en algunos documentos de identidad se la llama Elizabeth Clarisse Lange, mientras que en otros es Elizabeth Clovis Lange, lo que podría ser, según una hipótesis, un error de lectura de Clarisse. En cuanto a su lugar de nacimiento, tampoco aquí hay total claridad, lo más probable es que la ambigüedad de sus datos biográficos se deba a la complicación del aparato burocrático de la sociedad de la época, que descuidaba deliberadamente a las minorías de forma incomprensible. Con base en las investigaciones realizadas, la hipótesis más creíble es que pudo nacer en Santiago de Cuba, de padre blanco y madre negra, y que vivían en una condición privilegiada de bienestar económico.

Origen confuso

Sabemos que la familia le dio una buena educación religiosa y escolar; aunque era libre en términos de estatus legal, los difíciles años de racismo, unidos a normas muy restrictivas de la libertad personal por el color de su piel, obligaron a la joven, junto con su madre y su hermana a abandonar Cuba y trasladarse a Charleston en los Estados Unidos, donde las restricciones a la admisión de negros en la ciudad provocaron un nuevo traslado primero a Northfolk y después a Baltimore. Su hermana Elenor se casó en Baltimore. También en este caso los datos son muy confusos, quizás su llegada a Baltimore debe situarse sin duda antes de 1813, año en el que ya estaba inscrita en algunas asociaciones religiosas de la ciudad.

Sus primeros años en Estados Unidos no fueron fáciles: se vio privada del estatus privilegiado del que gozaba en su patria, y que aquí no podía ser reconocido por el color de su piel; pero incluso su pertenencia a la comunidad católica supuso para ella un elemento de discriminación. A pesar de ello, aunque disponía de medios económicos suficientes y de libertad, no trató de vivir una vida acomodada, sino que se ocupó inmediatamente de las situaciones de pobreza que veía a su alrededor, centrándose en particular en la falta de educación básica de la joven generación negra, que en aquella época no podía asistir a las escuelas normales y se veían condenados a la ignorancia.

Mary Lange

Pronto se hizo un nombre: el número de familias que solicitaban su presencia como testigo en bodas o en el bautizo y confirmación de sus hijos es un signo elocuente de que era un miembro respetado y trabajador de la comunidad local, conocido tanto por el clero como por los laicos. Aprovechando esta confianza, junto con Marie Magdalene Balas y otras dos jóvenes de Haití, puso en marcha una escuela para niños católicos de color, cuya educación estaba totalmente desatendida mientras que eran objeto de atención por parte de las iglesias protestantes. Esta primera experiencia escolar fue totalmente gratuita, pues estaba al margen de las instituciones parroquiales habituales en aquella época.

Pero las actividades de la escuela, no satisfacían plenamente a Elizabeth, que sentía crecer en su interior el deseo de consagrarse en la vida religiosa, cosa que no era fácil para una joven de color. Habló de ello con el párroco, pero no encontró ayuda en él, quizás no estaba preparado para hacer ese discernimiento. No olvidemos que las congregaciones religiosas americanas en aquel entonces no admitían a candidatas de color, por lo que el hablar de vocación religiosa en casos como éste era complicado

Fue el encuentro con el sacerdote sulpiciano James Nikolas Joubert, lo que dio un nuevo rumbo a su vida. Joubert también había ido a Baltimore desde Cuba, donde de joven se había dedicado con éxito a la educación entre la población francófona. Ingresó en el seminario de la sociedad de San Sulpicio y se ordenó sacerdote en 1810. Su actividad pastoral le hizo tomar conciencia de la necesidad de una acción específica hacia la comunidad católica de color. La búsqueda de personas que pudieran ayudarle a realizar esta labor le hizo entrar en contacto con Elizabeth y sus compañeras, a través de dos padres sulpicianos que eran sus directores espirituales. Fue a través una serie de encuentros y conversaciones con él como tomó forma en las jóvenes la idea de fundar una comunidad dedicada específicamente a la educación de los niños negros sin recursos.

Todas las hermanas eran de color

Así pues, con el apoyo del padre Joubert, Elizabeth y las otras tres jóvenes que se habían unido a ella decidieron iniciar un camino de consagración: en primer lugar, se inició un periodo de noviciado, que comenzó el 13 de junio de 1828. Al año siguiente, el 5 de junio de 1829, el arzobispo de Baltimore, monseñor Whitfield, dio su aprobación a una regla de vida sencilla, que había sido compuesta por el padre Joubert: las cuatro jóvenes fueron reconocidas como hermanas Oblatas de la Providencia y ella añadió el nombre de Mary al suyo de Elizabeth. A esta aprobación diocesana siguió la papal el 2 de octubre de 1831, por parte del Papa Gregorio XVI. La especificidad de la nueva fundación residía en el hecho de que las hermanas eran todas de color y reconocían como misión dedicarse a la educación de las jóvenes de dicha raza. Mary demostró prudencia y grandes dotes de organización, y gastó generosamente en las necesidades de la pequeña comunidad todo el dinero que le correspondía por parte de su familia.

Durante aquellos años, el obispo de Baltimore, monseñor Whitefield, había solicitado un coadjutor, que le fue concedido en la persona de Samuel Eccleston. Cuando le sucedió en la sede de Baltimore, se produjo un cambio significativo para Mary y sus religiosas. En efecto, Eccleston, a pesar de ser él mismo sulpiciano, había tenido una experiencia diferente hacia los afroamericanos, al proceder de una familia que practicaba habitualmente la esclavitud, lo que influyó en su visión eclesiológica. En consecuencia, no se interesó por las Oblatas, al contrario las ignoraba deliberadamente, por ejemplo, excluyéndolas de los avisos relativos a la vida de la diócesis e incluso negándose a celebrar la misa para ellas.

Frutos visibles en la educación

El ministerio episcopal de Eccleston en Baltimore tuvo como consecuencia una época de grandes dificultades para Mary, que entretanto se preocupaba de asegurar una formación espiritual adecuada a sus hijas. Era considerada una superiora estricta, especialmente en la exigencia de la observancia de la regla y en la lucha contra toda forma de discriminación dentro de la comunidad; al mismo tiempo también se distinguía por su apertura y amabilidad, según cuentan los que la conocieron. En pocos años, los esfuerzos de su comunidad en el campo de la educación dieron frutos visibles: se impartió una enseñanza bilingüe, gracias a la enseñanza de la Biblia en francés por la propia Elizabeth; hubo un gran número de conversiones a la fe entre los alumnos, y muchos bautismos. Además, a los pocos años de la fundación, las religiosas pudieron aumentar su actividad con el cuidado de huérfanas, llamadas cariñosamente “niñas de la casa” porque a menudo permanecían con las hermanas durante años.

En 1835, nuestra fundadora aceptó la petición de los padres sulpicianos para servir en su seminario, era algo inusual en relación con el servicio pastoral que habían asumido como congregación, pero Mary aceptó para tener la oportunidad de ayudar al padre Joubert, que se encontraba alojado allí porque estaba gravemente enfermo. Comprendiendo bien el papel asignado a las mujeres y, especialmente a las mujeres negras, en la sociedad de su tiempo, supo manejar la delicada situación. Aceptó la propuesta pero garantizando, mediante un contrato escrito, que las hermanas comprometidas en ese servicio serían libres de observar la regla del Instituto como si vivieran en la comunidad. Aun así, los buenos sulpicianos no le ahorraron en algunos momentos algunos malos tragos a las religiosas, no todos ellos estaban preparados para tratar con dignidad a estas mujeres de color.

Mother_Mary_Lange

En 1842, al terminar su tercer mandato como superiora, la misma Mary fue enviada al seminario y pudo asistir personalmente al padre Joubert, que murió el 5 de noviembre de 1843. La muerte del padre Joubert había dejado a las oblatas sin vínculo con la diócesis y sin capellán: el obispo Eccleston no se molestó en nombrar a otro, aunque era consciente de que esta decisión habría sido perjudicial para la comunidad, privada de la celebración de los sacramentos y de la posibilidad de una dirección espiritual regular. Sin ninguna recriminación, nuestra santa y sus hermanas aceptaron acudir diariamente a la parroquia, a pesar que les hubiera venido mucho mejor tener un capellán en casa. No faltaron otras dificultades propias de las nuevas fundaciones, como fue la salida de la que había sucedido a la fundadora como superiora en 1841, su marcha causó mucha desorientación entre las hermanas y dio una nueva ocasión al obispo para manifestar su desconfianza hacia ellas.

A pesar de todas estas dificultades, la nueva congregación siguió desarrollándose y creciendo. El papel de asistencia y guía espiritual que había desempeñado Joubert fue abandonado más tarde por los sulpicianos y asumido por los redentoristas. Su superior, san John Neumann, posteriormente obispo de Filadelfia (1811-1860), comprendió bien las injusticias que la comunidad había sufrido a manos del obispo y se comprometió a proporcionar a las religiosas todo lo que necesitaran. Neumann pidió permiso al obispo Eccleston para hacerse cargo de la atención espiritual de las oblatas; al final, gracias a él, contrariamente a la idea y –tal vez– al deseo de Eccleston, el proyecto de la madre Lange no fracasó, sino que con el nuevo apoyo se consolidó aún más.

Divisiones raciales

En 1879, las oblatas celebran el 50º aniversario de su fundación. Ya anciana y con muchos achaques, Mary Lange siguió cuidando de sus hermanas, acercándose a ellas con sus escritos y aconsejándolas sobre el desarrollo de la congregación. La preocupación por las sospechas del episcopado americano en cuanto al tipo de actividad misionera llevada a cabo por Mary y sus compañeras, su avanzada edad acompañada por la tensión del trabajo que nunca eludió, y el dolor por la muerte de una de sus compañeras, llevaron a un continuo deterioro de su salud y pronto perdió la vista. A principios de febrero de 1882, sus sufrimientos eran cada vez más intensos. El día de su muerte, el 3 de febrero de 1882, después de la Santa Misa falleció en paz. Sus restos mortales fueron exhumados del cementerio de la Catedral Nueva de Baltimore, donde había sido enterrada, el 28 de mayo de 2013, y trasladados a la capilla de la casa madre de las Oblatas.

Una vez más las divisiones raciales que han marcado profundamente la historia de los Estados Unidos marcaron a esta gran mujer incluso después de la muerte, pues fueron la razón principal del retraso del comienzo de su causa de canonización. Solamente dos siglos después cuando, el nuevo ambiente que se había creado en aquel país en los años ochenta, y en ámbito eclesial debido también a la aportación del Concilio Vaticano II, se planteó el comenzar las primeras causas de afroamericanos candidatos a los altares, como fue el caso del sacerdote Augustine Tolton o el laico Pierre Toussaint, del que ya hemos hablado en este blog. Estos nuevos aires animaron también a la superiora general de las Oblatas de la Providencia a dar los primeros pasos del camino de la fundadora hacia los altares, de los que ya está más cerca.