Un año más –y van 45– conmemoramos el martirio de monseñor Romero, preclaro cristiano y preclaro salvadoreño, sacerdote, arzobispo, profeta y mártir por la fe y la justicia. Un año más acudo a esa fe y a los recuerdos, a la memoria viva de este pro-seguidor de Jesús de Nazaret.
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¿Qué acontecía en España en 1980 en la vida de cada uno de nosotros? Un país ilusionado, pero que vivía en permanente zozobra, golpeado por el terrorismo de la organización criminal ETA y que, apenas un mes antes de la muerte de Romero, había sufrido un intento violento de golpe de Estado. Un país en crisis económica y social, zarandeado por extremismos cainitas, pero decidido a entenderse y salir adelante, ensangrentado pero esperanzado.
Un joven estudiante
Yo era estudiante de Medicina, con toda mi vida por hacer, dubitativo entre continuar mi formación en España o en el extranjero, crítico con una facultad de Medicina que resultaba decepcionante en muchos aspectos, sobre todo en la formación práctica; perteneciente a grupos cristianos, convencido de que cambiaríamos realidades que nos parecían injustas, que transformaríamos una sociedad en muchos aspectos mejorable. Con el fantasma de la mili sobre mi cabeza, acogiéndome a prórrogas de estudios que antes o después finalizarían, en cuyo momento habría que decidir si ir a la mili o acogerme a una objeción de conciencia que parecía un castigo.
Hoy, 45 años después, mi vida profesional se acerca a su fin; continué mi formación en España, me especialicé en algo muy lejano a mis intereses como estudiante (medicina interna en vez de anatomía patológica, en personas vivas en vez de cadáveres o tejidos, en pabellones hospitalarios en vez de un laboratorio), algo que jamás hubiese pensado en 1980. Mi profesión ha sido mi forma de ganarme la vida e intentar ayudar a mis semejantes.
Los cristianos latinoamericanos, referentes
En aquella década, contemplábamos con admiración y respeto los grandes sacrificios y compromisos de los cristianos latinoamericanos, empeñados en revoluciones que creíamos justas, con una base teológica que nos parecía correcta y consistente.
Hoy, varios de los antiguos revolucionarios se han convertido en dictadores (Nicaragua, Venezuela) tan malos o peores que los que ellos derrocaron. Roban, asesinan, mutilan y torturan a sus conciudadanos tanto o más que quienes les precedieron en el gobierno, lo cual nos demuestra que no hay revolución verdadera si no cambia el corazón de las personas; se sustituyen unas personas por otras, pero las estructuras del mal siguen vigentes.
Nos ha inspirado
Sin embargo, el recuerdo vivo de personas que dedicaron su vida al pro-seguimiento de Jesús sigue siendo válido 45 años después. Nos ha inspirado y ayudado en momentos difíciles; nos recuerda que el camino de Jesús conlleva sacrificio y conflicto, conversión personal, entrega a los demás y compromiso por aquello que en conciencia creemos justo en cada circunstancia histórica.
También nos recuerda la importancia de la oración y la reflexión en la acción, en el trabajo. Sin devoción, sin expresión de la fe, es difícil una conversión; quizás por eso Romero fue un orante continuo, con devociones que le daban vida y le ayudaron a dar vida a otros. Sintiéndose en manos de Dios en circunstancias terribles, en medio de la represión y el miedo, de la desolación y la angustia.
Un vía crucis con su pueblo
Un hombre que abrazó la causa de su pueblo y recorrió con él un vía crucis, con su confianza puesta en Dios. En el último párrafo de su homilía de 23 de marzo de 1980, quinto Domingo de Cuaresma, sintetizó en qué creía y cuál era en realidad su teología: “La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia; una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia, que mira ante todo a Dios y solo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por este país, por la América Latina, que sigue siendo mancillada y torturada, por este mundo nuestro.